EL ODIO
Confucio “Odiar es como tomar veneno esperando que el otro muera.”

El odio es una emoción intensa de rechazo o aversión que
surge cuando una persona se siente profundamente herida, traicionada o
amenazada, y que puede manifestarse como deseo de distancia, destrucción o
negación del vínculo con aquello que se odia.
Muchos nos preguntamos ¿Por qué odiamos tanto? Una de las
causas mas escurridiza es “LA SOSPECHA” alguien lo descubrió así en su
propia experiencia.
La sospecha que transforma al ser humano
El folclore
alemán cuenta la historia de un hombre que, al despertar, se dio cuenta de que
su hacha había desaparecido. Furioso, pensando que su vecino se la había
robado, se pasó el resto del día observándolo.
Vio que tenía
maneras de ladrón, andaba furtivamente como un ladrón y susurraba como un
ladrón que pretende esconder su robo. Estaba tan convencido de su sospecha, que
decidió entrar en casa, cambiarse de ropa, e ir a la comisaría a poner una
denuncia.
Nada más
entrar, sin embargo, encontró el hacha -que su mujer había colocado en otro
lugar. El hombre volvió a salir, examinó nuevamente a su vecino, y comprobó que
andaba, hablaba y se comportaba como cualquier persona honesta.
La desaparición del hacha no es
el problema real. Lo que transforma al protagonista es la sospecha no verificada,
que actúa como un filtro emocional: todo lo que ve en su vecino lo interpreta
como prueba de culpabilidad. El prejuicio
se convierte en lente, y el vecino, sin haber hecho nada, es
condenado en el tribunal del pensamiento.
Este proceso revela algo
profundo:
·
La mente humana busca coherencia emocional: si creemos que alguien nos ha
hecho daño, empezamos a ver señales que confirmen esa creencia, aunque no
existan.
·
La sospecha alimenta la imaginación, y la imaginación, sin freno,
puede construir una narrativa completa de traición, robo o maldad.
·
El odio no necesita pruebas, solo necesita una emoción que lo
justifique.
Cuando el hombre encuentra el
hacha, la realidad
desmonta la ficción,
pero no sin haber dejado una huella: por un momento, estuvo dispuesto a
denunciar, a romper la paz, a destruir una relación vecinal… todo por una idea
no confirmada.
Este cuento es una advertencia: el odio puede instalarse en nuestras vidas sin
que el otro haya hecho nada real. Basta con una sospecha, una
herida mal interpretada, una palabra ambigua. Y una vez instalado, el odio reconfigura nuestra mirada, nos
hace ver enemigos donde hay hermanos, ladrones donde hay vecinos, amenazas
donde hay humanidad.
El odio no siempre nace del mal objetivo, sino de la fragilidad de nuestra percepción emocional.
Es un llamado a la prudencia, a la verificación, y sobre todo, a no dejar que el juicio sustituya al diálogo.
Génesis 37:4“Y viendo sus hermanos que su padre lo amaba más que a todos
sus hermanos, le aborrecían (sānē’), y no podían hablarle pacíficamente.”
- Aquí se usa el verbo שָׂנֵא (sānē’)** para
describir el odio inicial que nace del favoritismo de Jacob hacia
José.
- El amor del padre se convierte en sospecha de injusticia, y esa sospecha
alimenta el rechazo.
Génesis 37:8 “Y le respondieron sus hermanos: ¿Reinarás tú sobre
nosotros? ¿O dominarás sobre nosotros? Y le aborrecieron (sānē’) aún más a
causa de sus sueños y sus palabras.”
- De nuevo aparece שָׂנֵא (sānē’)**, esta
vez intensificado.
- El odio crece no por acciones reales de
José, sino por la interpretación emocional de sus sueños como
arrogancia o amenaza.
- Es un ejemplo claro de cómo la sospecha no confirmada puede convertirse en odio activo.
HIJOS DEL TRUENO CANCIÓN DE SERGIO SÁNCHEZ GARRIDO
Factores que
abren la puerta al odio (con textos bíblicos)
1. La sospecha
no confirmada
“Y le aborrecían sānē’aún más a causa de sus sueños y sus palabras.” — Génesis 37:8
- Los hermanos de José interpretan sus sueños
como arrogancia y amenaza, sin evidencia real.
- La sospecha se convierte en odio y termina
en traición.
2. La herida
no sanada
“Mirad bien,
no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz
de amargura, os estorbe…” — Hebreos 12:15
- El dolor no procesado puede convertirse en
amargura, y esta en odio persistente.
3. La envidia
“Porque donde
hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa.” — Santiago 3:16
- La envidia distorsiona la percepción del
otro y justifica el desprecio.
4. La
comparación constante
“¿Por qué te
irritas contra tu hermano? ¿Por qué menosprecias a tu hermano?” — Romanos 14:10
- Compararse lleva al juicio, y el juicio
puede alimentar el rechazo.
5. La
ideología o creencia absolutista
“El que dice: Yo amo a Dios, y aborrece sānē’a su hermano, es mentiroso.” — 1 Juan 4:20
- Amar a Dios implica amar al diferente. El
absolutismo excluyente contradice el amor divino.
6. La
deshumanización
“No aborrecerás sānē’ a tu hermano en tu corazón…” — Levítico 19:17
- Ver al otro como menos que humano permite
justificar el odio. La ley llama a la corrección, no al desprecio.
7. La
humillación pública
“El hombre
sabio guarda silencio, pero el necio proclama su necedad.” — Proverbios 12:23
- La exposición humillante puede generar odio
como defensa. La sabiduría protege la dignidad.
8. La
ignorancia
“Mi pueblo fue
destruido, porque le faltó conocimiento…” — Oseas 4:6
- No conocer al otro facilita el prejuicio. La
ignorancia es tierra fértil para el odio.
9. La
repetición del discurso de odio
“La lengua
pequeña… inflama la rueda de la creación, y es inflamada por el infierno.” — Santiago 3:6
- Las palabras repetidas con veneno pueden
incendiar corazones y comunidades.
Cada uno de estos factores revela que el odio no es solo una emoción: es una construcción interior que puede ser evitada si se cultiva la verdad, la empatía y la sanación.
El verbo sānē’ en estos versículos no describe un odio
explosivo, sino una emoción que se arraiga y crece.
Comienza con celos, se alimenta de sospechas, y termina en una conspiración
para eliminar al hermano. Es el mismo patrón que aparece en muchos conflictos
humanos: el corazón interpreta, juzga, condena… y luego
actúa.
El odio no
es simplemente “no amar”; es una ruptura
activa del vínculo, una forma de decir “ya no quiero que esto
forme parte de mí”.
En hebreo (sānē’) y griego (miseō), el odio puede
implicar preferencia menor, rechazo
moral, o incluso distanciamiento
espiritual.
En algunos
contextos, odiar puede significar separarse
radicalmente de algo que se
considera corrupto, injusto o peligroso.
El odio
suele estar alimentado por el
dolor, la frustración o el miedo.
Puede ser reactivo (respuesta a una agresión) o proactivo
(usado como defensa o control).
A menudo se
convierte en una forma de proteger
la identidad cuando el
vínculo con el otro se ha vuelto tóxico o amenazante.
¿Es siempre negativo?
No
necesariamente. El odio hacia la injusticia, el abuso o el pecado puede ser una fuerza moral que
impulsa al cambio. Pero cuando se dirige hacia personas sin posibilidad de
redención o diálogo, puede destruir más al que
odia que al odiado.
Odiar es
aborrecer en el corazón.
“No aborrecerás (tisná) a tu hermano en tu corazón bilvaveja; ciertamente
reprenderás a tu prójimo, y no permitirás pecado sobre él.” — Levítico 19:17
(tisná) es la forma conjugada del verbo sānē’,
en segunda persona del singular (tú odiarás).
Bilvaveja (“en tu corazón”) indica que se trata de un odio interno, oculto,
no necesariamente expresado en acciones visibles.
No
es solo emoción: En este
contexto, sānē’ implica una actitud persistente de rechazo, que puede
llevar al rencor, la injusticia o la indiferencia.
·
Contrario al amor fraternal: La ley exige que el conflicto
se enfrente con reprensión justa,
no con odio silencioso.
·
Implica responsabilidad moral: El versículo no solo prohíbe
odiar, sino que ordena reprender
al prójimo para evitar que
el pecado se perpetúe. Es una llamada a la corrección fraterna, no a la
pasividad emocional.
Aquí se condena el odio silencioso,
el que se guarda en el corazón sin confrontar.
La ley exige
reprensión justa,
no venganza ni rencor.
El odio
pasivo se considera pecado porque rompe la comunión y permite que el mal
crezca.
La Ley de
Moisés no se enfoca en reprimir emociones, sino en regular las acciones y las
intenciones del corazón. El
odio, cuando se convierte en rencor, injusticia o venganza, es condenado. Pero
también se reconoce que puede surgir en el corazón humano, por lo que se
promueve la corrección, la reconciliación y el amor activo.
En resumen,
la Ley de Moisés trata el odio como una fuerza
destructiva que debe ser confrontada, no escondida, y que debe
ser vencida por la justicia, la misericordia y el amor al prójimo
teatro en mi vida
CANCIÓN DE JAWDI
Jesús expuso el corazón como el verdadero campo
de batalla espiritual.
“Oísteis
que fue dicho a los antiguos: No matarás… pero yo os digo que cualquiera que se
enoje contra su hermano será culpable de juicio.” — Mateo 5:21-22
Jesús equipara el enojo injusto con
el homicidio.
Desde la
perspectiva bíblica, el
aborrecimiento es efectivamente una forma de odio, aunque con matices que vale la pena explorar.
No espera a
que el odio se convierta en violencia: lo confronta en su raíz emocional.
El juicio ya
no es solo por el acto, sino por la intención
del corazón.
Desde génesis al evangelio Dios se inclina para ayudar a los
aborrecidos.
“Y vio Jehová que Lea era aborrecida, y abrió su matriz…” — Génesis 29:31
Lea no era
amada por Jacob, pero Dios
la ve.
Su
intervención (darle hijos) es una forma de restaurar su dignidad.
En la
cultura hebrea, la fertilidad era símbolo de bendición y honra.
En el
matrimonio, el desprecio es una forma de traición
emocional.
Dios, que es
Dios de pactos, interviene cuando
el pacto se rompe injustamente.
En Malaquías 2:16, Dios dice:
“Yo aborrezco (sānē’) el divorcio”, porque implica rechazo sin redención.
El repudio
injusto es visto como una
traición al pacto matrimonial, que debía reflejar la fidelidad
de Dios.
Dios se pone del lado de la mujer
repudiada, como ya lo hacía con Lea, mostrando que el desprecio relacional es
pecado.
El uso de sānē’ aquí revela que Dios odia el acto de romper el vínculo por
egoísmo o dureza de corazón.
Proverbios
6:16 Seis cosas aborrece sānē’ Jehová, Y aun siete abomina su alma:
17 Los ojos altivos, la lengua mentirosa, Las manos derramadoras de
sangre inocente,
18 El corazón que maquina pensamientos inicuos, Los pies presurosos
para correr al mal,
19 El testigo falso que habla mentiras, Y el que siembra discordia
entre hermanos.
Aquí sānē’ no se dirige a personas, sino a actitudes y acciones que destruyen la justicia, la comunión y la
verdad.
El verbo
expresa rechazo moral
profundo, no emocional impulsivo.
Dios no odia
por capricho: aborrece lo que
corrompe su diseño de vida y amor.
Este pasaje es clave para entender que el odio divino no es
como el humano: no nace del ego, sino de la
santidad. Dios aborrece lo
que rompe la imagen de su amor en el mundo. Se aborrece el pecado, pero no al pecador.
El odio y el amor: Un cuento
sobre las emociones humanas
En un día aciago en
la historia del mundo, el Odio, monarca de los malos sentimientos, defectos y
vicios, convocó a una reunión urgente con todos sus súbditos.
Intrigados por el propósito del encuentro, los más
oscuros sentimientos y perversos deseos del corazón humano acudieron prestos a
la cita.
Cuando todos estuvieron presentes, el Odio declaró
con vehemencia: «Os he reunido aquí porque anhelo con cada fibra de mi ser
asesinar a alguien». Los asistentes, aunque acostumbrados a los impulsos
homicidas de su rey, se preguntaban quién sería tan difícil de eliminar como
para requerir su concurso.
«Quiero que maten al Amor», sentenció el Odio.
Malévolas sonrisas se dibujaron en los rostros de muchos, pues más de uno
guardaba rencor hacia su némesis.
El Mal Carácter fue el primer voluntario: «Yo iré, y
les aseguro que en un año el Amor habrá sucumbido. Sembraré tal discordia y
rabia que no podrá soportarlo». Pero al cabo de un año, el Mal Carácter regresó
derrotado, admitiendo que el Amor superaba cada obstáculo y salía fortalecido.
Entonces, la Ambición se ofreció presuntuosa: «Dado
el fracaso del Mal Carácter, yo me encargaré. Desviaré la atención del Amor
hacia el deseo de riqueza y poder. Eso nunca lo ignorará». Pero a pesar de caer
herido, el Amor renunció a las tentaciones y triunfó nuevamente.
Furioso, el Odio envió a los Celos, quienes con
artimañas y sospechas infundadas intentaron quebrar al Amor. Confundido y
lloroso, el Amor se aferró a la vida y, con valentía, venció una vez más.
Año tras año, el Odio persistió en su cruzada,
despachando a sus más hirientes secuaces: la Frialdad, el Egoísmo, el
Aburrimiento, la Indiferencia, la Pobreza y la Enfermedad. Pero cuando el Amor
parecía desfallecer, hallaba renovadas fuerzas y superaba cada embate.
Convencido de la invencibilidad del Amor, el Odio
admitió su derrota. Pero entonces, de un rincón sombrío, se irguió un
sentimiento desconocido, ataviado de negro y con un sombrero que ocultaba su
rostro. «Yo mataré al Amor», afirmó con inquietante seguridad.
Poco tiempo después, el Odio reunió a sus esbirros para anunciar la muerte
del Amor. Entre la algarabía, el misterioso sentimiento entregó el cadáver
destrozado y se marchó sin más.
Intrigado, el Odio lo detuvo: «Espera. En tan poco tiempo lo aniquilaste
por completo, sin que opusiera resistencia. ¿Quién eres?». El sentimiento
levantó su rostro por primera vez y respondió: «Yo soy la Rutina».
Reflexión de «El odio y el amor»:
La historia de «El odio y el amor» nos revela una poderosa verdad sobre las
relaciones humanas y el amor.
Mientras que emociones como la ira, los celos y la ambición pueden herir el
amor, es la rutina la que posee el poder más sutil y destructivo. La rutina,
con su constante desgaste y falta de novedad, puede apagar la chispa del amor
más fuerte.
En los dos cuentos que he usado en este estudio bíblico hemos detectado dos
enemigos del amor y la amistad... LA SOSPECHA Y LA RUTINA. Pero hay una historia bíblica
donde estos dos enemigos aparecen juntos tratando de impedir el nacimiento del
profeta Samuel...
La rutina
religiosa y la sospecha injusta
1 Samuel
1:12–14 “Mientras ella oraba largamente delante de Jehová, Elí estaba
observando su boca. Pero Ana hablaba en su corazón, y sólo se movían sus
labios, y su voz no se oía; y Elí la tuvo por ebria. Entonces le dijo Elí:
¿Hasta cuándo estarás ebria? Digiere tu vino.”
- Elí, acostumbrado al ritual, no discierne
la oración auténtica.
- La sospecha lo lleva a juzgar mal a
Ana, sin preguntar ni comprender.
La honestidad
que desarma la sospecha
1 Samuel
1:15–16 “No, señor mío; yo soy una mujer atribulada de espíritu; no he
bebido vino ni sidra, sino que he derramado mi alma delante de Jehová. No
tengas a tu sierva por una mujer impía…”
- Ana responde con humildad y verdad,
sin atacar ni huir.
- Su sinceridad rompe el prejuicio y
revela la profundidad de su fe.
La bendición
que rompe la rutina
1 Samuel 1:17 “Ve
en paz, y el Dios de Israel te otorgue la petición que le has hecho.”
- Elí escucha, reconoce y bendice.
- La rutina se transforma en encuentro
espiritual.
La transformación interior
1 Samuel 1:18 “Y
se fue la mujer por su camino, y comió, y no estuvo más triste.”
- La sospecha y la rutina no tuvieron la
última palabra.
- El amor, la fe y la verdad restauraron el
alma.
Esta historia muestra que la sospecha
mata la confianza, y la rutina mata la sensibilidad.
Pero también enseña que la honestidad, la humildad y
el encuentro auténtico pueden restaurar lo que parecía perdido.
La historia de
Ana y Elí en 1 Samuel 1 no menciona explícitamente el odio, pero el odio
está latente como posibilidad en el corazón humano cuando la sospecha y la
rutina no se vencen. Aquí te muestro cómo el odio podría haber entrado en
escena… y cómo fue evitado:
El odio como sombra latente
1. Elí pudo odiar a Ana por romper su esquema
- Si Elí se hubiera aferrado a su juicio
inicial (que Ana estaba ebria), podría haberla despreciado o expulsado.
- La rutina religiosa puede endurecer
el corazón y convertir el error en condena.
2. Ana pudo odiar a Elí por juzgarla
injustamente
- Ana estaba profundamente herida, humillada
por su esterilidad y por Penina.
- El juicio de Elí pudo haber sido la gota que
colmara el vaso.
- Pero no respondió con odio, sino con
verdad y humildad.
¿Qué habría pasado si el odio entraba?
- La sospecha se habría convertido en resentimiento.
- La rutina se habría convertido en desprecio
espiritual.
- El encuentro entre Ana y Elí habría
terminado en ruptura, no en bendición.
- El hijo
prometido, Samuel, no habría nacido en un
ambiente de fe, sino de rechazo.
¿Cómo se evitó el odio?
- Ana derrama su alma, no su ira.
- Elí escucha y rectifica.
- Ambos eligen la verdad y la humildad,
no el orgullo ni el prejuicio.
Enseñanza
El odio no
siempre grita: a veces susurra en la sospecha, se esconde en la rutina, y
espera en el juicio apresurado. Esta historia muestra que la honestidad
espiritual y la apertura al otro pueden desactivar el odio antes de que nazca.
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