DIOS NO COMERCIA
.png)
Fuera del
mercado: el relato de la redención
En la vasta
plaza del mundo, el ÁGORA griego, los
hombres se movían como sombras entre puestos de intercambio. El aire estaba
cargado de voces, de ofertas, de trueques. Cada alma parecía tener un precio.
Cada gesto, una intención. Allí, la vida se negociaba. El amor se pesaba. La
dignidad se regateaba.
Los
comerciantes del alma ofrecían obras, sacrificios, promesas. “Yo doy esto, tú
me das aquello.” Era el lenguaje del mercado. Era la lógica de la praxin —la acción de intercambio. Algunos ofrecían
oraciones como moneda. Otros, buenas obras como garantía. Todos buscaban algo:
aceptación, salvación, sentido.
Pero en medio
de ese bullicio, una figura irrumpió sin negociar. No
venía a intercambiar. Venía a intervenir.
Cristo no
entró al mercado como otro comerciante. No se acercó a regatear por las almas.
No pidió nada a cambio. Él pagó el precio completo.
Con sangre. Con vida. Con amor.
Y lo más
radical: no solo nos compró… nos sacó del mercado.
Los apóstoles,
al buscar cómo describir este acto sin precedentes, no usaron simplemente agorazo —comprar
en el mercado. Usaron ἐξαγοράζω (exagorazo):
“Cristo nos redimió de la maldición de la ley…” (Gálatas 3:13)
ἐξ (ex): fuera de ἀγοράζω (agorazo): comprar
Es decir, nos compró para sacarnos del sistema de intercambio,
del ciclo de deuda, del mercado de esclavitud espiritual. Ya no estamos en
venta. Ya no somos negociables. Somos suyos. Somos libres.
El contraste: Babilonia sigue comerciando
Mientras
tanto, Babilonia, símbolo del sistema
religioso corrompido, sigue en el mercado. Apocalipsis 18 la describe como una
ciudad que comercia con cuerpos y almas humanas. El mundo religioso, cuando
olvida la gracia, vuelve al mercado. Vuelve a la praxin
mal entendida: “Si hago esto, Dios me dará
aquello.”
Pero Dios no
es un comerciante. Es Redentor.
El intercambio humano: amar al prójimo
Santiago 1:25 nos recuerda que hay una praxin que
sí tiene valor:
“…el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad… este será
bienaventurado en lo que hace.”
Aquí, praxin no
es moneda espiritual. Es amor activo hacia
el prójimo. Es el intercambio entre humanos, no con Dios. Dar de comer al
hambriento, visitar al enfermo, cuidar al vulnerable. Dios juzga ese
intercambio, no como comercio, sino como reflejo de su amor.
🛑 Con Dios no
se comercia
En
el mundo antiguo, el mercado de esclavos era un lugar de transacciones frías,
donde vidas humanas se tasaban, negociaban y vendían como mercancía. La
redención, en ese contexto, era una operación comercial: alguien pagaba un
precio para liberar a un esclavo, y ese rescate quedaba registrado como parte
del sistema económico. Incluso bajo la ley de Moisés, el concepto de redención
estaba regulado por normas, precios y condiciones—una redención legítima, pero
aún dentro del marco del intercambio humano.
Pero
la redención que Dios ofrece en Cristo rompe radicalmente con ese paradigma. No
es una transacción dentro del sistema: es una irrupción divina que saca a los suyos
del mercado mismo. Dios no
negocia con Babilonia, no regatea con el mundo, no participa en el comercio
religioso que vende favores, indulgencias o bendiciones. Él no compra
dentro del sistema—Él destruye el sistema.
La
cruz no fue una compra en el mercado; fue una sentencia contra él. La sangre
del Cordero no fue una moneda, sino una declaración: “Ya no estáis en venta.” Esta redención no se mide en
plata ni en oro, sino en una entrega que no puede ser tasada. Es una redención
que nos saca del mercado condenado, nos libera del
sistema que será juzgado, y nos establece como hijos, no como esclavos redimidos por
precio, sino como herederos por gracia.
La salvación no se negocia. No se gana. No se
intercambia. Se recibe. Y una vez recibida, nos saca del mercado. Nos coloca en la familia de
Dios. Donde ya nada se compra ni se vende. Donde todo se da por gracia. Donde
el amor no tiene precio.
La joya
Un joven se
acercó a un sabio anciano y le preguntó:
—Maestro,
¿cómo puedo saber cuánto valgo realmente?
El sabio, sin
responder directamente, le entregó una piedra brillante y le dijo:
—Llévala al
mercado y pregunta cuánto te ofrecen por ella. Pero no la vendas, solo escucha
lo que te dicen.
El joven fue
al mercado. Un vendedor de frutas la miró y dijo:
—Te doy 10
monedas, parece decorativa.
Otro, que
vendía herramientas, ofreció 50 monedas, pensando que podría servir como
pisapapeles.
Confundido, el
joven volvió con el sabio.
—Me ofrecieron
muy poco. ¿Es que no vale más?
El sabio
sonrió y le dijo:
—Ahora ve a
una joyería.
El joven
obedeció. El joyero la examinó con lupa, se quedó en silencio unos segundos y
luego dijo:
—Esto es una
gema rara. Te ofrezco 50.000 monedas por ella.
Sorprendido,
el joven regresó.
—Maestro,
¿cómo puede ser que en el mercado no valiera nada y aquí tanto?
El sabio
respondió:
—Porque no
todos saben reconocer el valor de lo que tienen delante. Así pasa contigo. Si
vas por la vida esperando que cualquiera te diga cuánto vales, te arriesgas a
que te subestimen. Solo quienes conocen de verdad reconocerán tu esencia.
Moraleja: Tu
valor no depende de quién te mire, sino de quién sabe mirar.
El valor que
no se negocia
Hay historias
que iluminan verdades eternas. La joya es una de ellas. En ella, un
sabio entrega a un joven una piedra preciosa, no para venderla, sino para que
descubra cuánto vale realmente. El joven recorre mercados, recibe ofertas
insignificantes, hasta que un joyero revela su verdadero valor. No todos saben
mirar. No todos saben reconocer lo que vale una vida.
Así también
ocurre con nuestras almas.
Vivimos en un
mundo que funciona como un mercado: todo se pesa, se mide, se intercambia.
Incluso en lo religioso, muchas veces se pretende que la salvación sea fruto de
una transacción: “Si hago esto, Dios me dará
aquello.” Pero el evangelio rompe esa lógica.
La redención
no es comercio. Es intervención divina.
La Biblia
utiliza la metáfora del mercado de esclavos para hablar de nuestra condición
espiritual.
Bajo la ley de
Moisés, había normas para liberar esclavos, pero siempre dentro del sistema.
En cambio, el
evangelio introduce un término radical: ἐξαγοράζω (exagorazo) — no solo comprar, sino comprar para sacar fuera del mercado.
Cristo no vino
a negociar. Vino a redimir. No nos valoró por lo que ofrecíamos, sino por lo
que somos. Como el joyero del relato, Dios miró nuestras almas y las valoró al máximo nivel, no por mérito, sino por amor.
Este tema que
sigue es una exploración de esa verdad: cómo la ley apuntaba a la libertad,
pero el evangelio la cumplió en plenitud. Cómo Jesús, el verdadero Redentor,
nos sacó del mercado para hacernos parte de su familia. Y cómo, al entender
esto, dejamos de vivir como mercancía y empezamos a vivir como hijos.
¿Qué significaba ser esclavo?
- La esclavitud era una práctica común en el
mundo antiguo, incluida la sociedad israelita. No era inventada por ellos,
sino heredada de las culturas vecinas.
- Un esclavo podía ser:
1-
alguien
capturado en guerra,
2-
vendido por
deudas,
3-
o incluso
alguien que se ofrecía voluntariamente para sobrevivir.
- Aunque existía, la ley mosaica introdujo regulaciones
humanitarias para
proteger a los esclavos, diferenciándose de las formas brutales de
esclavitud en otras culturas.
¿Cómo se redimían?
- El concepto clave era el goel (גָּאַל), el "redentor pariente": un
familiar cercano que podía pagar el precio para liberar a un esclavo
o recuperar su propiedad.
- La redención también se vinculaba a momentos
especiales:
- Año sabático (cada 7
años): se liberaban esclavos
hebreos y se perdonaban deudas (Deuteronomio 15).
- Año jubilar (cada 50
años): se restauraban tierras
y libertades, devolviendo a cada israelita su heredad (Levítico 25).
- Dios mismo es presentado como el gran
Redentor, especialmente en el Éxodo, donde libera a Israel de la
esclavitud egipcia (Éxodo 6:6).
Éxodo 6:6 Por tanto, dirás a los hijos de
Israel: Yo soy JEHOVÁ; y yo os sacaré de debajo de las tareas pesadas de
Egipto, y os libraré (hitsalti) de su servidumbre, y os redimiré con brazo
extendido, y con juicios grandes;
(hitsalti) Salvar, rescatar, arrebatar de peligro
(ga'alti) Redimir, rescatar mediante un
precio, actuar como pariente redentor
·
Este
verbo está profundamente ligado al concepto de goel, el pariente cercano que tenía
el deber de:
o Comprar la libertad de un
familiar esclavizado
o Recuperar tierras perdidas
o Vengar injusticias
o Proteger el honor familiar
Aquí, Dios se presenta como el Redentor
familiar de Israel,
no solo liberándolos, sino reclamándolos como suyos, pagando el precio y restaurando
su dignidad.
Más que
libertad física
- La redención en el Antiguo
Testamento no solo implicaba liberación física, sino también restauración de dignidad, herencia y
relación con Dios.
- Este concepto prepara el terreno para el
evangelio, donde Jesús no solo paga el precio, sino que nos saca del
mercado para siempre.
¿Por qué es
importante esta distinción?
- Hitsalti muestra el acto
de rescate.
- Ga'alti revela el motivo relacional y legal detrás del rescate: Dios no solo los libera, los reclama como
suyos.
Este doble énfasis prepara el
terreno para el evangelio, donde Jesús no solo nos salva del pecado (natsal), sino que nos
redime como familia (ga'al) — y en el griego, se usa exagorazo, que
lleva la idea aún más lejos: comprar para sacar
fuera del mercado.
Jesús en la
sinagoga de Nazaret: ¿una proclamación de jubileo?
En Lucas
4:16–21, Jesús entra en la sinagoga de su pueblo y lee el rollo del
profeta Isaías:
“El Espíritu
del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los
pobres; me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos, vista a los ciegos,
a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año agradable del Señor.”
Este pasaje cita Isaías 61, que está profundamente vinculado al
concepto del año jubilar (Levítico 25). En
el jubileo:
- Se liberaban esclavos
- Se perdonaban
deudas
- Se devolvían
tierras
- Se restauraban familias
Jesús no menciona literalmente el “jubileo”, pero usa el término griego ἄφεσις (áphesis), que significa liberación, remisión, perdón. Este es el mismo
término que la Septuaginta (la traducción griega del Antiguo Testamento) usa
para traducir el jubileo.
¿Podía alguien
ser liberado “de un día para otro”?
Sí. En la ley de Moisés, si alguien
era esclavizado un día antes del año sabático o
del jubileo, podía ser liberado al día
siguiente. Era una intervención divina en el
calendario humano, una forma de mostrar que la
libertad no depende del tiempo, sino de la voluntad de Dios.
¿Qué hizo
Jesús?
Al proclamar “el año agradable del
Señor”, Jesús declara el
inicio de un jubileo espiritual permanente. No uno que
depende del calendario, sino uno que se activa por
su presencia. Él es el cumplimiento del jubileo. Él es el Redentor que:
- No solo libera, sino redime (ga'al)
- No solo compra, sino saca del mercado (exagorazo)
- No espera el calendario, sino interviene hoy
Cristo no solo cumple la ley,
la trasciende. Y en ese acto, desactiva
para siempre el sistema de esclavitud espiritual que la ley mosaica regulaba
temporalmente.
El jubileo
encarnado: Cristo como cumplimiento
En la ley de Moisés, el jubileo
(Levítico 25) era un ciclo de 50 años que traía:
- Libertad para los esclavos
- Restitución de tierras
- Perdón de deudas
- Restauración de identidad
Era un acto de justicia divina
dentro de un sistema humano. Pero tenía límites: dependía del calendario, de la
obediencia del pueblo, y no eliminaba la esclavitud, solo la regulaba.
Cuando Jesús proclama en Lucas 4:19 “el año agradable del
Señor”, no está anunciando otro ciclo.
Está instalando
el jubileo en su propia persona. Él es el
jubileo. Él es la libertad. Él es la redención.
¿Qué
desaparece?
Con la venida
de Cristo:
- Ya no hay
necesidad de esperar 50 años: la
libertad está disponible hoy.
- Ya no se
necesita un goel humano: Dios
mismo actúa como Redentor.
- Ya no se
regula la esclavitud: se elimina espiritualmente.
- Ya no se
comercia con almas: se rescatan para siempre.
El término
griego ἐξαγοράζω (exagorazo) lo deja
claro:
Cristo nos
compró para sacarnos del mercado.
No somos
esclavos regulados por ley. Somos hijos liberados
por gracia.
Dios como el
verdadero joyero...
En este nuevo
pacto, Dios no nos mira como mercancía. Nos mira como tesoros.
Como el joyero del relato, Él reconoce nuestro
valor, no por lo que ofrecemos, sino por lo que somos en su amor.
- No nos pesa.
- No nos tasa.
- Nos redime.
Y al hacerlo, desactiva para siempre las leyes del mercado espiritual.
Babilonia sigue comerciando (Apocalipsis 18), pero los redimidos ya no están en
venta. Somos suyos. Fuera del sistema. Fuera del
mercado. Dentro de la familia.
“Fuera del
mercado: Cristo nos sacó del ágora”
Mateo
13:44
(RVR1995):
“Además, el reino
de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre
halla y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene y
compra aquel campo.”
Imagina a un
hombre caminando por un campo cualquiera. No busca nada especial, solo cumple
con su jornada. Pero de pronto, sus pies tropiezan con algo enterrado. Se
agacha, escarba… y allí está: un tesoro. No
uno común, sino uno que brilla con un valor que no se puede medir en oro ni
plata. Es el Reino. Es la vida eterna. Es la presencia de Dios.
Su corazón
late con fuerza. Sabe que no puede simplemente tomarlo. El campo no es suyo.
Así que lo vuelve a esconder. No por miedo, sino por estrategia. Corre a casa.
Vende todo lo que tiene —ropa, herramientas, recuerdos, seguridad— y con esa
suma compra el campo entero. No negocia. No
regatea. Lo entrega todo. Porque lo que ha
encontrado vale más que todo lo que ha perdido.
Este hombre no
es parte del mercado. No es un comerciante. Es un buscador. Y el mercado, ese
sistema que vende lo visible, pero ignora lo eterno, ni siquiera sabe lo que
tiene enterrado. Pero él sí lo sabe. Y por eso lo compra.
¿Y Cristo?
Cristo es ese
hombre. Él vio el tesoro —tú, Sergio— escondido en el campo del mundo. Y vendió todo lo que tenía: su gloria, su vida, su
sangre. No para negociar contigo, sino para comprarte
completamente. Para que fueras suyo. Para siempre.
¿Y tú?
Ahora la
pregunta no es si el tesoro existe. Ya fue hallado. La pregunta es: ¿saldrás del mercado? ¿Responderás al llamado?
¿Serás el tesoro que Él vino a buscar?
Porque el
Reino no se vende. Se entrega. Y tú… ya no estás en venta.
La parábola del tesoro escondido en Mateo 13:44
ha sido interpretada de dos maneras principales:
- El tesoro
es Cristo o el Reino, y el hombre somos nosotros que lo encontramos.
- El tesoro
somos nosotros, y el hombre que lo encuentra y compra el campo es Cristo.
Ambas tienen valor devocional, pero la segunda
—que tú estás defendiendo— tiene una coherencia teológica más profunda y
bíblicamente sólida. Vamos a analizarlo:
Contradicciones en la interpretación donde el hombre es el creyente y el
tesoro es Cristo
Problema |
Explicación |
El hombre
“compra” el Reino |
Esto sugiere
que el Reino se obtiene por obras o sacrificio humano, lo cual contradice la
doctrina de la gracia (Efesios 2:8–9). |
El Reino
está “escondido” y debe ser buscado |
Aunque hay
búsqueda espiritual, el Reino fue revelado por Cristo abiertamente (Lucas
17:21, Juan 18:37). |
El hombre
“vende todo” para obtenerlo |
Esto puede
interpretarse como salvación por mérito, cuando en realidad Cristo es
quien lo dio todo (Filipenses 2:6–8). |
El campo es
comprado por el hombre |
En Mateo
13:38, el campo es el mundo. ¿Puede el creyente comprar el mundo? No. Pero Cristo
sí lo redime. |
El tesoro es
hallado por casualidad |
Esto
contradice la idea de que el Reino es ofrecido por revelación divina, no por
descubrimiento humano (Mateo 11:27). |
Razones para
interpretar que el tesoro somos nosotros y el hombre es Cristo
1. Cristo es el que “vende todo” — Él dejó su gloria, se humilló, y entregó su vida para redimirnos (Filipenses 2:7–8).
2. El campo es el mundo — Jesús lo dice explícitamente en Mateo 13:38. Él
compró el mundo entero para redimir a los suyos (Juan
3:16).
3. El tesoro está escondido — Israel y la Iglesia son llamados “tesoro
especial” (Éxodo 19:5, Malaquías 3:17). Dios ve valor donde el mundo no
lo ve.
4. La alegría del comprador — Hebreos 12:2 dice que Jesús soportó la cruz “por el gozo puesto delante
de él”, es decir, nosotros.
5. La coherencia con exagorazo — Cristo no solo nos compra, nos saca del
mercado. La parábola refleja esa acción: compra el campo para poseer el
tesoro fuera del sistema.
Conclusión
Interpretar que Cristo es el comprador y nosotros el tesoro honra
la narrativa del evangelio:
- Él ve valor en nosotros.
- Él paga el precio.
- Él no negocia.
- Él nos redime completamente.
Esta interpretación no solo es
bíblicamente coherente, sino que exalta la gracia, honra
la obra de Cristo, y nos libera de la idea
de que podemos comprar lo que solo Él puede dar.
El “agorá” —el mercado, el sistema del mundo—
comercia con lo visible, lo superficial, lo que puede etiquetarse y
monetizarse. Pero lo que Dios ha escondido, lo que Él llama tesoro, no se
cotiza en ese mercado.
El sistema
vende sin saber lo que tiene
- El campo es el mundo (Mateo 13:38), y el tesoro está oculto en
él. El sistema no ve el valor del tesoro porque no
tiene ojos espirituales para discernirlo (1 Corintios 2:14).
- Cristo compra el campo
entero — no porque el campo le
interese, sino por el tesoro que contiene. El mundo desprecia lo que Dios
valora: los humildes, los quebrantados, los redimidos.
- El sistema vende barato lo
que no entiende — Como Esaú vendiendo su
primogenitura por un plato de lentejas (Génesis 25:29–34), el mundo
entrega lo eterno por lo inmediato.
- Dios esconde su tesoro en
lugares despreciados — En
pesebres, en pescadores, en perseguidos. El sistema busca poder, pero Dios
se revela en debilidad (2 Corintios 12:9).
Aplicación
espiritual
- No te dejes tasar por el
mercado. Tu valor no lo determina
el sistema, sino el precio que Cristo pagó por ti.
- No compres lo que el mundo
vende como tesoro. Si no fue comprado con
sangre, no tiene valor eterno.
- Sé parte del misterio
revelado. Lo que estaba escondido
ahora ha sido manifestado en Cristo (Colosenses 1:26–27).
El mercado de las almas
Imagina una
plaza bulliciosa. Un ágora. Gente comprando, vendiendo, negociando. No frutas
ni telas, sino vidas humanas. Dignidades.
Sueños. El sistema del mundo —Babilonia espiritual— ha convertido a las
personas en mercancía. Apocalipsis 18 lo denuncia con crudeza:
“Mercadería de oro, plata... y cuerpos y almas de hombres.” (v.13)
Este es el
mercado donde todo tiene precio. Donde incluso lo sagrado se subasta. Donde la
identidad se intercambia por aceptación, y la libertad por comodidad.
Pero entonces,
entra Cristo.
Cristo: el jubileo que interrumpe el mercado
Cuando Jesús
proclama “el año agradable del Señor” (Lucas 4:19), no está anunciando un calendario.
Está interrumpiendo el sistema. Él no entra
al mercado para negociar. Entra para desactivarlo.
- No regatea por tu alma.
- No te tasa según tu
utilidad.
- Te redime completamente.
La palabra
griega exagorazo significa literalmente: “sacar del mercado”.
Cristo no solo te compra. Te saca del
sistema de intercambio. Ya no estás en venta. Ya no estás disponible
para el comercio espiritual de Babilonia.
Apocalipsis 18: El clamor de
salida
Y entonces suena el grito
profético:
“¡Salid de
ella, pueblo mío, para que no participéis de sus pecados ni recibáis parte de
sus plagas!” (v.4)
Este no es un llamado geográfico.
Es un llamado existencial. Salid del
sistema. Salid del mercado. Salid de la lógica del intercambio.
- Donde todo se mide.
- Donde todo se negocia.
- Donde todo se vende.
Cristo no te ofrece una mejor
posición en el mercado. Te ofrece la salida
definitiva.
Aplicación: El
joyero que no negocia
Dios no es un comerciante. Es un
joyero. Y cuando te ve, no te pesa ni te tasa. Te
reconoce. Como en la historia del joyero que encuentra una piedra
despreciada, Él sabe lo que vales. Y no te
compra para revenderte. Te redime para guardarte
como tesoro.
Conclusión: Ya
no estás en venta
Hoy, el Espíritu te dice:
“¡Sal de ella,
pueblo mío!” Sal del sistema. Sal del mercado.
Sal de la lógica del intercambio.
Porque en Cristo, ya no eres esclavo. Eres hijo. Eres libre. Eres
redimido. Y no estás en venta.
El día que el
templo tembló
El sol apenas
se asomaba sobre Jerusalén cuando tres niños caminaban con pasos cuidadosos por
la calzada que llevaba al templo. Cada uno sostenía con ternura un corderito
entre sus brazos. Lo habían criado desde que nació, lo habían alimentado,
protegido, y hasta le habían dado nombre. Para ellos, no era solo un animal:
era su ofrenda, su regalo para Dios en la Pascua.
Sus padres les
habían confiado la tarea con orgullo. “Llévalo tú, hijo. Que sea tu corazón el
que lo presente.” Y así, con la inocencia de quien cree que todo lo sagrado es
justo, llegaron al patio del templo.
Pero lo que
encontraron no fue santidad. Fue mercado.
Los levitas
los miraron con ojos entrenados, no para ver fe, sino para detectar defectos.
Uno de ellos tomó el cordero de Elías, lo giró, lo examinó, y frunció el ceño.
—Este tiene
una mancha en la oreja. No es aceptable.
Elías bajó la
mirada. Sabía que esa mancha no era nueva. Había estado allí desde el
nacimiento. Pero nunca le pareció menos digno por eso.
—Pero es el
mejor que tengo —susurró.
—Entonces
compra uno de los nuestros —dijo otro levita, señalando los corrales del
templo. Corderos blancos, perfectos… y caros.
Los niños
miraron a sus padres, que contaban monedas con vergüenza. El templo, que debía
ser casa de oración, se había convertido en un lugar donde la fe se tasaba y la devoción se negociaba.
Y entonces, Jesús entró.
Sus ojos
recorrieron el patio. Vio las mesas, las monedas, los animales. Pero, sobre
todo, vio los rostros. El de Elías, con
lágrimas contenidas. El de su padre, con impotencia. El de los levitas, con
indiferencia.
Y algo ardió
en su interior.
Con fuerza, volcó las mesas de los cambistas. Las monedas
rodaron como si huyeran de la vergüenza. Las sillas cayeron. Los animales se
dispersaron. El mercado tembló.
—¡Mi casa será llamada casa de oración, pero vosotros la habéis hecho
cueva de ladrones! —gritó Jesús.
Los niños se
abrazaron a sus corderos. Por primera vez, alguien los defendía. No por su
dinero. No por su estatus. Por su fe.
Jesús no solo
limpió el templo. Limpió la imagen de Dios que
el sistema había ensuciado. Mostró que el verdadero
sacrificio no se compra, se entrega. Que el
corazón vale más que la perfección externa. Que los
pequeños tienen lugar en el Reino.
Ese día, el
templo volvió a ser lo que debía ser. Y los niños, con sus corderos en brazos, entraron como adoradores, no como compradores.
Textos donde
aparece exagorazo en el Nuevo
Testamento
📖 Texto |
Traducción |
Significado contextual |
Gálatas 3:13 |
“Cristo nos redimió (exagorazo) de la maldición de la ley…” |
Cristo nos compró para liberarnos del juicio que la
ley traía por el pecado. |
Gálatas 4:5 |
“…para que redimiese (exagorazo) a los que estaban bajo la ley…” |
Jesús actúa como el Redentor familiar (goel),
sacándonos del sistema legalista. |
Efesios 5:16 |
“Aprovechando bien el tiempo (exagorazo* el kairos), porque los días son malos.”* |
Aquí se usa en sentido figurado: “rescatar el
tiempo”, es decir, usar cada oportunidad sabiamente. |
Colosenses 4:5 |
“Andad sabiamente para con los de afuera, redimiendo
(exagorazo)
el tiempo.” |
De nuevo, se refiere a aprovechar las oportunidades
con sabiduría espiritual. |
¿Qué revelan estos usos?
- En Gálatas, exagorazo
tiene un sentido redentor y legal:
Cristo nos libera del sistema de esclavitud espiritual.
- En
Efesios y Colosenses, el
término se usa de forma metafórica y práctica: rescatar el tiempo como
recurso espiritual.
Este verbo es
una joya teológica: no solo implica compra, sino
liberación definitiva. Si quieres, puedo ayudarte a construir una
enseñanza o predicación basada en estos cuatro pilares. También podemos
explorar cómo este verbo se relaciona con otros términos como lutron (rescate)
o agorazo (comprar).
Comprados para
la libertad
Cristo no nos
adquirió como quien hace una transacción comercial. Él nos
compró con su sangre, no para revendernos, sino para sacarnos del mercado de esclavitud espiritual.
“Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en
vuestro cuerpo…” — 1 Corintios
6:20
“…nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición…” — Gálatas 3:13
Nos redimió
del sistema corrupto del mundo, del dominio del pecado, y de la maldición de la
ley. Su compra fue definitiva, irreversible, y profundamente personal.
“En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados…” — Efesios 1:7
“…nos lavó de nuestros pecados con su sangre…” — Apocalipsis 1:5
Al hacerlo, nos hizo hijos de Dios, herederos de su Reino, reyes y sacerdotes para su Padre.
“Mas a todos los que le recibieron… les dio potestad de ser hechos hijos de
Dios…” — Juan 1:12
“Y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre…” — Apocalipsis 1:6
“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio…” — 1 Pedro 2:9
Nos dio un
valor incalculable: el precio de su propia vida. No
fuimos adquiridos por oro ni plata, sino por algo infinitamente más precioso: su sangre derramada en la cruz.
“…fuisteis rescatados… no con cosas corruptibles… sino con la sangre
preciosa de Cristo…” — 1 Pedro
1:18–19
Él no nos
quiere de vuelta en venta. No nos quiere en vitrinas religiosas ni en los
escaparates de Babilonia. Nos sacó del mercado,
nos apartó para sí, y nos selló con su Espíritu como garantía de nuestra
redención.
“…nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de
su amado Hijo…” — Colosenses
1:13
“…fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa…” — Efesios 1:13
Por eso, no os
hagáis esclavos de los hombres. No volváis atrás. No negociéis vuestra
libertad.
“Fuisteis comprados por precio; no os hagáis esclavos de los hombres.” — 1 Corintios 7:23
Salid de Babilonia, de su sistema, de su mercancía,
de su seducción. No hay nada allí que se compare con el honor de pertenecer al
Rey de reyes.
“Salid de ella,
pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados…” — Apocalipsis 18:4 “Salid de Babilonia, huid de los
caldeos…” — Isaías 48:20
En
medio de un mundo que parece un gran mercado, donde todo se compra y se vende
—desde el oro hasta las almas— hay una voz que resuena como un trueno entre las
multitudes. Es la voz de Dios, llamando a su pueblo: “¡Salid de Babilonia!” Babilonia no es solo una ciudad.
Es un sistema. Un mercado espiritual donde la verdad se negocia, la fe se
diluye, y los corazones se esclavizan. Allí, todo tiene precio… menos la
redención.
Pero
entonces aparece Cristo. No como un comerciante más, sino como el Redentor. Él
no entra al mercado para regatear por ti. Él entra para romper las cadenas, pagar el precio completo, y sacarte fuera. Eso es exagorazo: no solo comprarte… sino rescatarte del sistema.
Y
aunque la puerta está abierta, Dios no te arrastra. Él te llama. Te invita. Te
dice: “Ya no estás en
venta. Pero tienes que salir.”
Porque
quedarse en Babilonia, aunque redimido, es como seguir viviendo en una cárcel
con la puerta abierta. La libertad está hecha. La redención está pagada. Pero
la salida… esa es tuya.
Así
que, ¿qué harás tú? ¿Seguirás en el mercado? ¿O responderás al llamado y
caminarás hacia la libertad que no se compra, porque ya fue ganada?
Este
no es solo un mensaje. Es una invitación divina. Y el cielo espera tu respuesta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario