jueves, 21 de agosto de 2025

DIOS NO COMERCIA

 

DIOS NO COMERCIA

Fuera del mercado: el relato de la redención

En la vasta plaza del mundo, el ÁGORA griego, los hombres se movían como sombras entre puestos de intercambio. El aire estaba cargado de voces, de ofertas, de trueques. Cada alma parecía tener un precio. Cada gesto, una intención. Allí, la vida se negociaba. El amor se pesaba. La dignidad se regateaba.

Los comerciantes del alma ofrecían obras, sacrificios, promesas. “Yo doy esto, tú me das aquello.” Era el lenguaje del mercado. Era la lógica de la praxin —la acción de intercambio. Algunos ofrecían oraciones como moneda. Otros, buenas obras como garantía. Todos buscaban algo: aceptación, salvación, sentido.

Pero en medio de ese bullicio, una figura irrumpió sin negociar. No venía a intercambiar. Venía a intervenir.

Cristo no entró al mercado como otro comerciante. No se acercó a regatear por las almas. No pidió nada a cambio. Él pagó el precio completo. Con sangre. Con vida. Con amor.

Y lo más radical: no solo nos compró… nos sacó del mercado.

Los apóstoles, al buscar cómo describir este acto sin precedentes, no usaron simplemente agorazo —comprar en el mercado. Usaron ξαγοράζω (exagorazo):

“Cristo nos redimió de la maldición de la ley…” (Gálatas 3:13)

ξ (ex): fuera de γοράζω (agorazo): comprar

Es decir, nos compró para sacarnos del sistema de intercambio, del ciclo de deuda, del mercado de esclavitud espiritual. Ya no estamos en venta. Ya no somos negociables. Somos suyos. Somos libres.

El contraste: Babilonia sigue comerciando

Mientras tanto, Babilonia, símbolo del sistema religioso corrompido, sigue en el mercado. Apocalipsis 18 la describe como una ciudad que comercia con cuerpos y almas humanas. El mundo religioso, cuando olvida la gracia, vuelve al mercado. Vuelve a la praxin mal entendida: “Si hago esto, Dios me dará aquello.”

Pero Dios no es un comerciante. Es Redentor.

El intercambio humano: amar al prójimo

Santiago 1:25 nos recuerda que hay una praxin que sí tiene valor:

“…el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad… este será bienaventurado en lo que hace.”

Aquí, praxin no es moneda espiritual. Es amor activo hacia el prójimo. Es el intercambio entre humanos, no con Dios. Dar de comer al hambriento, visitar al enfermo, cuidar al vulnerable. Dios juzga ese intercambio, no como comercio, sino como reflejo de su amor.

🛑 Con Dios no se comercia

En el mundo antiguo, el mercado de esclavos era un lugar de transacciones frías, donde vidas humanas se tasaban, negociaban y vendían como mercancía. La redención, en ese contexto, era una operación comercial: alguien pagaba un precio para liberar a un esclavo, y ese rescate quedaba registrado como parte del sistema económico. Incluso bajo la ley de Moisés, el concepto de redención estaba regulado por normas, precios y condiciones—una redención legítima, pero aún dentro del marco del intercambio humano.

Pero la redención que Dios ofrece en Cristo rompe radicalmente con ese paradigma. No es una transacción dentro del sistema: es una irrupción divina que saca a los suyos del mercado mismo. Dios no negocia con Babilonia, no regatea con el mundo, no participa en el comercio religioso que vende favores, indulgencias o bendiciones. Él no compra dentro del sistema—Él destruye el sistema.

La cruz no fue una compra en el mercado; fue una sentencia contra él. La sangre del Cordero no fue una moneda, sino una declaración: “Ya no estáis en venta.” Esta redención no se mide en plata ni en oro, sino en una entrega que no puede ser tasada. Es una redención que nos saca del mercado condenado, nos libera del sistema que será juzgado, y nos establece como hijos, no como esclavos redimidos por precio, sino como herederos por gracia.

 

La salvación no se negocia. No se gana. No se intercambia. Se recibe. Y una vez recibida, nos saca del mercado. Nos coloca en la familia de Dios. Donde ya nada se compra ni se vende. Donde todo se da por gracia. Donde el amor no tiene precio.

La joya


Un joven se acercó a un sabio anciano y le preguntó:

—Maestro, ¿cómo puedo saber cuánto valgo realmente?

El sabio, sin responder directamente, le entregó una piedra brillante y le dijo:

—Llévala al mercado y pregunta cuánto te ofrecen por ella. Pero no la vendas, solo escucha lo que te dicen.

El joven fue al mercado. Un vendedor de frutas la miró y dijo:

—Te doy 10 monedas, parece decorativa.

Otro, que vendía herramientas, ofreció 50 monedas, pensando que podría servir como pisapapeles.

Confundido, el joven volvió con el sabio.

—Me ofrecieron muy poco. ¿Es que no vale más?

El sabio sonrió y le dijo:

—Ahora ve a una joyería.

El joven obedeció. El joyero la examinó con lupa, se quedó en silencio unos segundos y luego dijo:

—Esto es una gema rara. Te ofrezco 50.000 monedas por ella.

Sorprendido, el joven regresó.

—Maestro, ¿cómo puede ser que en el mercado no valiera nada y aquí tanto?

El sabio respondió:

—Porque no todos saben reconocer el valor de lo que tienen delante. Así pasa contigo. Si vas por la vida esperando que cualquiera te diga cuánto vales, te arriesgas a que te subestimen. Solo quienes conocen de verdad reconocerán tu esencia.

Moraleja: Tu valor no depende de quién te mire, sino de quién sabe mirar.

El valor que no se negocia

Hay historias que iluminan verdades eternas. La joya es una de ellas. En ella, un sabio entrega a un joven una piedra preciosa, no para venderla, sino para que descubra cuánto vale realmente. El joven recorre mercados, recibe ofertas insignificantes, hasta que un joyero revela su verdadero valor. No todos saben mirar. No todos saben reconocer lo que vale una vida.

Así también ocurre con nuestras almas.

Vivimos en un mundo que funciona como un mercado: todo se pesa, se mide, se intercambia. Incluso en lo religioso, muchas veces se pretende que la salvación sea fruto de una transacción: “Si hago esto, Dios me dará aquello.” Pero el evangelio rompe esa lógica.

La redención no es comercio. Es intervención divina.

La Biblia utiliza la metáfora del mercado de esclavos para hablar de nuestra condición espiritual.

Bajo la ley de Moisés, había normas para liberar esclavos, pero siempre dentro del sistema.

En cambio, el evangelio introduce un término radical: ξαγοράζω (exagorazo) — no solo comprar, sino comprar para sacar fuera del mercado.

Cristo no vino a negociar. Vino a redimir. No nos valoró por lo que ofrecíamos, sino por lo que somos. Como el joyero del relato, Dios miró nuestras almas y las valoró al máximo nivel, no por mérito, sino por amor.

Este tema que sigue es una exploración de esa verdad: cómo la ley apuntaba a la libertad, pero el evangelio la cumplió en plenitud. Cómo Jesús, el verdadero Redentor, nos sacó del mercado para hacernos parte de su familia. Y cómo, al entender esto, dejamos de vivir como mercancía y empezamos a vivir como hijos.

¿Qué significaba ser esclavo?

  • La esclavitud era una práctica común en el mundo antiguo, incluida la sociedad israelita. No era inventada por ellos, sino heredada de las culturas vecinas.
  • Un esclavo podía ser:

1-  alguien capturado en guerra,

2-  vendido por deudas,

3-  o incluso alguien que se ofrecía voluntariamente para sobrevivir.

  • Aunque existía, la ley mosaica introdujo regulaciones humanitarias para proteger a los esclavos, diferenciándose de las formas brutales de esclavitud en otras culturas.

¿Cómo se redimían?

  • El concepto clave era el goel (גָּאַל), el "redentor pariente": un familiar cercano que podía pagar el precio para liberar a un esclavo o recuperar su propiedad.
  • La redención también se vinculaba a momentos especiales:
    • Año sabático (cada 7 años): se liberaban esclavos hebreos y se perdonaban deudas (Deuteronomio 15).
    • Año jubilar (cada 50 años): se restauraban tierras y libertades, devolviendo a cada israelita su heredad (Levítico 25).
  • Dios mismo es presentado como el gran Redentor, especialmente en el Éxodo, donde libera a Israel de la esclavitud egipcia (Éxodo 6:6).

Éxodo 6:6 Por tanto, dirás a los hijos de Israel: Yo soy JEHOVÁ; y yo os sacaré de debajo de las tareas pesadas de Egipto, y os libraré (hitsalti) de su servidumbre, y os redimiré con brazo extendido, y con juicios grandes;

(hitsalti) Salvar, rescatar, arrebatar de peligro

(ga'alti) Redimir, rescatar mediante un precio, actuar como pariente redentor

·         Este verbo está profundamente ligado al concepto de goel, el pariente cercano que tenía el deber de:

o    Comprar la libertad de un familiar esclavizado

o    Recuperar tierras perdidas

o    Vengar injusticias

o    Proteger el honor familiar

Aquí, Dios se presenta como el Redentor familiar de Israel, no solo liberándolos, sino reclamándolos como suyos, pagando el precio y restaurando su dignidad.

Más que libertad física

  • La redención en el Antiguo Testamento no solo implicaba liberación física, sino también restauración de dignidad, herencia y relación con Dios.
  • Este concepto prepara el terreno para el evangelio, donde Jesús no solo paga el precio, sino que nos saca del mercado para siempre.

¿Por qué es importante esta distinción?

  • Hitsalti muestra el acto de rescate.
  • Ga'alti revela el motivo relacional y legal detrás del rescate: Dios no solo los libera, los reclama como suyos.

Este doble énfasis prepara el terreno para el evangelio, donde Jesús no solo nos salva del pecado (natsal), sino que nos redime como familia (ga'al) — y en el griego, se usa exagorazo, que lleva la idea aún más lejos: comprar para sacar fuera del mercado.

Jesús en la sinagoga de Nazaret: ¿una proclamación de jubileo?

En Lucas 4:16–21, Jesús entra en la sinagoga de su pueblo y lee el rollo del profeta Isaías:

“El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos, vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año agradable del Señor.”

Este pasaje cita Isaías 61, que está profundamente vinculado al concepto del año jubilar (Levítico 25). En el jubileo:

  • Se liberaban esclavos
  • Se perdonaban deudas
  • Se devolvían tierras
  • Se restauraban familias

Jesús no menciona literalmente el “jubileo”, pero usa el término griego φεσις (áphesis), que significa liberación, remisión, perdón. Este es el mismo término que la Septuaginta (la traducción griega del Antiguo Testamento) usa para traducir el jubileo.

¿Podía alguien ser liberado “de un día para otro”?

Sí. En la ley de Moisés, si alguien era esclavizado un día antes del año sabático o del jubileo, podía ser liberado al día siguiente. Era una intervención divina en el calendario humano, una forma de mostrar que la libertad no depende del tiempo, sino de la voluntad de Dios.

¿Qué hizo Jesús?

Al proclamar “el año agradable del Señor”, Jesús declara el inicio de un jubileo espiritual permanente. No uno que depende del calendario, sino uno que se activa por su presencia. Él es el cumplimiento del jubileo. Él es el Redentor que:

  • No solo libera, sino redime (ga'al)
  • No solo compra, sino saca del mercado (exagorazo)
  • No espera el calendario, sino interviene hoy

Cristo no solo cumple la ley, la trasciende. Y en ese acto, desactiva para siempre el sistema de esclavitud espiritual que la ley mosaica regulaba temporalmente.

El jubileo encarnado: Cristo como cumplimiento

En la ley de Moisés, el jubileo (Levítico 25) era un ciclo de 50 años que traía:

  • Libertad para los esclavos
  • Restitución de tierras
  • Perdón de deudas
  • Restauración de identidad

Era un acto de justicia divina dentro de un sistema humano. Pero tenía límites: dependía del calendario, de la obediencia del pueblo, y no eliminaba la esclavitud, solo la regulaba.

Cuando Jesús proclama en Lucas 4:19 “el año agradable del Señor”, no está anunciando otro ciclo.

Está instalando el jubileo en su propia persona. Él es el jubileo. Él es la libertad. Él es la redención.

¿Qué desaparece?

Con la venida de Cristo:

  • Ya no hay necesidad de esperar 50 años: la libertad está disponible hoy.
  • Ya no se necesita un goel humano: Dios mismo actúa como Redentor.
  • Ya no se regula la esclavitud: se elimina espiritualmente.
  • Ya no se comercia con almas: se rescatan para siempre.

El término griego ξαγοράζω (exagorazo) lo deja claro:

Cristo nos compró para sacarnos del mercado.

No somos esclavos regulados por ley. Somos hijos liberados por gracia.

Dios como el verdadero joyero...

En este nuevo pacto, Dios no nos mira como mercancía. Nos mira como tesoros. Como el joyero del relato, Él reconoce nuestro valor, no por lo que ofrecemos, sino por lo que somos en su amor.

  • No nos pesa.
  • No nos tasa.
  • Nos redime.

Y al hacerlo, desactiva para siempre las leyes del mercado espiritual. Babilonia sigue comerciando (Apocalipsis 18), pero los redimidos ya no están en venta. Somos suyos. Fuera del sistema. Fuera del mercado. Dentro de la familia.

“Fuera del mercado: Cristo nos sacó del ágora”

Mateo 13:44 (RVR1995):

“Además, el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene y compra aquel campo.”

Imagina a un hombre caminando por un campo cualquiera. No busca nada especial, solo cumple con su jornada. Pero de pronto, sus pies tropiezan con algo enterrado. Se agacha, escarba… y allí está: un tesoro. No uno común, sino uno que brilla con un valor que no se puede medir en oro ni plata. Es el Reino. Es la vida eterna. Es la presencia de Dios.

Su corazón late con fuerza. Sabe que no puede simplemente tomarlo. El campo no es suyo. Así que lo vuelve a esconder. No por miedo, sino por estrategia. Corre a casa. Vende todo lo que tiene —ropa, herramientas, recuerdos, seguridad— y con esa suma compra el campo entero. No negocia. No regatea. Lo entrega todo. Porque lo que ha encontrado vale más que todo lo que ha perdido.

Este hombre no es parte del mercado. No es un comerciante. Es un buscador. Y el mercado, ese sistema que vende lo visible, pero ignora lo eterno, ni siquiera sabe lo que tiene enterrado. Pero él sí lo sabe. Y por eso lo compra.

¿Y Cristo?

Cristo es ese hombre. Él vio el tesoro —tú, Sergio— escondido en el campo del mundo. Y vendió todo lo que tenía: su gloria, su vida, su sangre. No para negociar contigo, sino para comprarte completamente. Para que fueras suyo. Para siempre.

¿Y tú?

Ahora la pregunta no es si el tesoro existe. Ya fue hallado. La pregunta es: ¿saldrás del mercado? ¿Responderás al llamado? ¿Serás el tesoro que Él vino a buscar?

Porque el Reino no se vende. Se entrega. Y tú… ya no estás en venta.

La parábola del tesoro escondido en Mateo 13:44 ha sido interpretada de dos maneras principales:

  1. El tesoro es Cristo o el Reino, y el hombre somos nosotros que lo encontramos.
  2. El tesoro somos nosotros, y el hombre que lo encuentra y compra el campo es Cristo.

Ambas tienen valor devocional, pero la segunda —que tú estás defendiendo— tiene una coherencia teológica más profunda y bíblicamente sólida. Vamos a analizarlo:

Contradicciones en la interpretación donde el hombre es el creyente y el tesoro es Cristo

Problema

Explicación

El hombre “compra” el Reino

Esto sugiere que el Reino se obtiene por obras o sacrificio humano, lo cual contradice la doctrina de la gracia (Efesios 2:8–9).

El Reino está “escondido” y debe ser buscado

Aunque hay búsqueda espiritual, el Reino fue revelado por Cristo abiertamente (Lucas 17:21, Juan 18:37).

El hombre “vende todo” para obtenerlo

Esto puede interpretarse como salvación por mérito, cuando en realidad Cristo es quien lo dio todo (Filipenses 2:6–8).

El campo es comprado por el hombre

En Mateo 13:38, el campo es el mundo. ¿Puede el creyente comprar el mundo? No. Pero Cristo sí lo redime.

El tesoro es hallado por casualidad

Esto contradice la idea de que el Reino es ofrecido por revelación divina, no por descubrimiento humano (Mateo 11:27).

Razones para interpretar que el tesoro somos nosotros y el hombre es Cristo

1.    Cristo es el que “vende todo” — Él dejó su gloria, se humilló, y entregó su vida para redimirnos (Filipenses 2:7–8).

2.    El campo es el mundo — Jesús lo dice explícitamente en Mateo 13:38. Él compró el mundo entero para redimir a los suyos (Juan 3:16).

3.    El tesoro está escondido — Israel y la Iglesia son llamados “tesoro especial” (Éxodo 19:5, Malaquías 3:17). Dios ve valor donde el mundo no lo ve.

4.    La alegría del comprador — Hebreos 12:2 dice que Jesús soportó la cruz “por el gozo puesto delante de él”, es decir, nosotros.

5.    La coherencia con exagorazo — Cristo no solo nos compra, nos saca del mercado. La parábola refleja esa acción: compra el campo para poseer el tesoro fuera del sistema.

Conclusión

Interpretar que Cristo es el comprador y nosotros el tesoro honra la narrativa del evangelio:

  • Él ve valor en nosotros.
  • Él paga el precio.
  • Él no negocia.
  • Él nos redime completamente.

Esta interpretación no solo es bíblicamente coherente, sino que exalta la gracia, honra la obra de Cristo, y nos libera de la idea de que podemos comprar lo que solo Él puede dar.

El “agorá” —el mercado, el sistema del mundo— comercia con lo visible, lo superficial, lo que puede etiquetarse y monetizarse. Pero lo que Dios ha escondido, lo que Él llama tesoro, no se cotiza en ese mercado.

El sistema vende sin saber lo que tiene

  • El campo es el mundo (Mateo 13:38), y el tesoro está oculto en él. El sistema no ve el valor del tesoro porque no tiene ojos espirituales para discernirlo (1 Corintios 2:14).
  • Cristo compra el campo entero — no porque el campo le interese, sino por el tesoro que contiene. El mundo desprecia lo que Dios valora: los humildes, los quebrantados, los redimidos.
  • El sistema vende barato lo que no entiende — Como Esaú vendiendo su primogenitura por un plato de lentejas (Génesis 25:29–34), el mundo entrega lo eterno por lo inmediato.
  • Dios esconde su tesoro en lugares despreciados — En pesebres, en pescadores, en perseguidos. El sistema busca poder, pero Dios se revela en debilidad (2 Corintios 12:9).

Aplicación espiritual

  • No te dejes tasar por el mercado. Tu valor no lo determina el sistema, sino el precio que Cristo pagó por ti.
  • No compres lo que el mundo vende como tesoro. Si no fue comprado con sangre, no tiene valor eterno.
  • Sé parte del misterio revelado. Lo que estaba escondido ahora ha sido manifestado en Cristo (Colosenses 1:26–27).

 

El mercado de las almas

Imagina una plaza bulliciosa. Un ágora. Gente comprando, vendiendo, negociando. No frutas ni telas, sino vidas humanas. Dignidades. Sueños. El sistema del mundo —Babilonia espiritual— ha convertido a las personas en mercancía. Apocalipsis 18 lo denuncia con crudeza:

“Mercadería de oro, plata... y cuerpos y almas de hombres.” (v.13)

Este es el mercado donde todo tiene precio. Donde incluso lo sagrado se subasta. Donde la identidad se intercambia por aceptación, y la libertad por comodidad.

Pero entonces, entra Cristo.

Cristo: el jubileo que interrumpe el mercado

Cuando Jesús proclama “el año agradable del Señor” (Lucas 4:19), no está anunciando un calendario. Está interrumpiendo el sistema. Él no entra al mercado para negociar. Entra para desactivarlo.

  • No regatea por tu alma.
  • No te tasa según tu utilidad.
  • Te redime completamente.

La palabra griega exagorazo significa literalmente: “sacar del mercado”. Cristo no solo te compra. Te saca del sistema de intercambio. Ya no estás en venta. Ya no estás disponible para el comercio espiritual de Babilonia.

Apocalipsis 18: El clamor de salida

Y entonces suena el grito profético:

“¡Salid de ella, pueblo mío, para que no participéis de sus pecados ni recibáis parte de sus plagas!” (v.4)

Este no es un llamado geográfico. Es un llamado existencial. Salid del sistema. Salid del mercado. Salid de la lógica del intercambio.

  • Donde todo se mide.
  • Donde todo se negocia.
  • Donde todo se vende.

Cristo no te ofrece una mejor posición en el mercado. Te ofrece la salida definitiva.

Aplicación: El joyero que no negocia

Dios no es un comerciante. Es un joyero. Y cuando te ve, no te pesa ni te tasa. Te reconoce. Como en la historia del joyero que encuentra una piedra despreciada, Él sabe lo que vales. Y no te compra para revenderte. Te redime para guardarte como tesoro.

Conclusión: Ya no estás en venta

Hoy, el Espíritu te dice:

“¡Sal de ella, pueblo mío!” Sal del sistema. Sal del mercado. Sal de la lógica del intercambio.

Porque en Cristo, ya no eres esclavo. Eres hijo. Eres libre. Eres redimido. Y no estás en venta.

El día que el templo tembló

El sol apenas se asomaba sobre Jerusalén cuando tres niños caminaban con pasos cuidadosos por la calzada que llevaba al templo. Cada uno sostenía con ternura un corderito entre sus brazos. Lo habían criado desde que nació, lo habían alimentado, protegido, y hasta le habían dado nombre. Para ellos, no era solo un animal: era su ofrenda, su regalo para Dios en la Pascua.

Sus padres les habían confiado la tarea con orgullo. “Llévalo tú, hijo. Que sea tu corazón el que lo presente.” Y así, con la inocencia de quien cree que todo lo sagrado es justo, llegaron al patio del templo.

Pero lo que encontraron no fue santidad. Fue mercado.

Los levitas los miraron con ojos entrenados, no para ver fe, sino para detectar defectos. Uno de ellos tomó el cordero de Elías, lo giró, lo examinó, y frunció el ceño.

—Este tiene una mancha en la oreja. No es aceptable.

Elías bajó la mirada. Sabía que esa mancha no era nueva. Había estado allí desde el nacimiento. Pero nunca le pareció menos digno por eso.

—Pero es el mejor que tengo —susurró.

—Entonces compra uno de los nuestros —dijo otro levita, señalando los corrales del templo. Corderos blancos, perfectos… y caros.

Los niños miraron a sus padres, que contaban monedas con vergüenza. El templo, que debía ser casa de oración, se había convertido en un lugar donde la fe se tasaba y la devoción se negociaba.

Y entonces, Jesús entró.

Sus ojos recorrieron el patio. Vio las mesas, las monedas, los animales. Pero, sobre todo, vio los rostros. El de Elías, con lágrimas contenidas. El de su padre, con impotencia. El de los levitas, con indiferencia.

Y algo ardió en su interior.

Con fuerza, volcó las mesas de los cambistas. Las monedas rodaron como si huyeran de la vergüenza. Las sillas cayeron. Los animales se dispersaron. El mercado tembló.

¡Mi casa será llamada casa de oración, pero vosotros la habéis hecho cueva de ladrones! —gritó Jesús.

Los niños se abrazaron a sus corderos. Por primera vez, alguien los defendía. No por su dinero. No por su estatus. Por su fe.

Jesús no solo limpió el templo. Limpió la imagen de Dios que el sistema había ensuciado. Mostró que el verdadero sacrificio no se compra, se entrega. Que el corazón vale más que la perfección externa. Que los pequeños tienen lugar en el Reino.

Ese día, el templo volvió a ser lo que debía ser. Y los niños, con sus corderos en brazos, entraron como adoradores, no como compradores.

Textos donde aparece exagorazo en el Nuevo Testamento

📖 Texto

Traducción

Significado contextual

Gálatas 3:13

“Cristo nos redimió (exagorazo) de la maldición de la ley…”

Cristo nos compró para liberarnos del juicio que la ley traía por el pecado.

Gálatas 4:5

“…para que redimiese (exagorazo) a los que estaban bajo la ley…”

Jesús actúa como el Redentor familiar (goel), sacándonos del sistema legalista.

Efesios 5:16

“Aprovechando bien el tiempo (exagorazo* el kairos), porque los días son malos.”*

Aquí se usa en sentido figurado: “rescatar el tiempo”, es decir, usar cada oportunidad sabiamente.

Colosenses 4:5

“Andad sabiamente para con los de afuera, redimiendo (exagorazo) el tiempo.”

De nuevo, se refiere a aprovechar las oportunidades con sabiduría espiritual.

¿Qué revelan estos usos?

  • En Gálatas, exagorazo tiene un sentido redentor y legal: Cristo nos libera del sistema de esclavitud espiritual.
  • En Efesios y Colosenses, el término se usa de forma metafórica y práctica: rescatar el tiempo como recurso espiritual.

Este verbo es una joya teológica: no solo implica compra, sino liberación definitiva. Si quieres, puedo ayudarte a construir una enseñanza o predicación basada en estos cuatro pilares. También podemos explorar cómo este verbo se relaciona con otros términos como lutron (rescate) o agorazo (comprar).

Comprados para la libertad

Cristo no nos adquirió como quien hace una transacción comercial. Él nos compró con su sangre, no para revendernos, sino para sacarnos del mercado de esclavitud espiritual.

“Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo…” — 1 Corintios 6:20

“…nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición…” — Gálatas 3:13

Nos redimió del sistema corrupto del mundo, del dominio del pecado, y de la maldición de la ley. Su compra fue definitiva, irreversible, y profundamente personal. 

“En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados…” — Efesios 1:7

“…nos lavó de nuestros pecados con su sangre…” — Apocalipsis 1:5

Al hacerlo, nos hizo hijos de Dios, herederos de su Reino, reyes y sacerdotes para su Padre.

“Mas a todos los que le recibieron… les dio potestad de ser hechos hijos de Dios…” — Juan 1:12

“Y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre…” — Apocalipsis 1:6

“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio…” — 1 Pedro 2:9

Nos dio un valor incalculable: el precio de su propia vida. No fuimos adquiridos por oro ni plata, sino por algo infinitamente más precioso: su sangre derramada en la cruz.

“…fuisteis rescatados… no con cosas corruptibles… sino con la sangre preciosa de Cristo…” — 1 Pedro 1:18–19

Él no nos quiere de vuelta en venta. No nos quiere en vitrinas religiosas ni en los escaparates de Babilonia. Nos sacó del mercado, nos apartó para sí, y nos selló con su Espíritu como garantía de nuestra redención.

“…nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo…” — Colosenses 1:13

“…fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa…” — Efesios 1:13

Por eso, no os hagáis esclavos de los hombres. No volváis atrás. No negociéis vuestra libertad.

“Fuisteis comprados por precio; no os hagáis esclavos de los hombres.” — 1 Corintios 7:23

Salid de Babilonia, de su sistema, de su mercancía, de su seducción. No hay nada allí que se compare con el honor de pertenecer al Rey de reyes.

 “Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados…” — Apocalipsis 18:4 “Salid de Babilonia, huid de los caldeos…” — Isaías 48:20

En medio de un mundo que parece un gran mercado, donde todo se compra y se vende —desde el oro hasta las almas— hay una voz que resuena como un trueno entre las multitudes. Es la voz de Dios, llamando a su pueblo: “¡Salid de Babilonia!” Babilonia no es solo una ciudad. Es un sistema. Un mercado espiritual donde la verdad se negocia, la fe se diluye, y los corazones se esclavizan. Allí, todo tiene precio… menos la redención.

Pero entonces aparece Cristo. No como un comerciante más, sino como el Redentor. Él no entra al mercado para regatear por ti. Él entra para romper las cadenas, pagar el precio completo, y sacarte fuera. Eso es exagorazo: no solo comprarte… sino rescatarte del sistema.

Y aunque la puerta está abierta, Dios no te arrastra. Él te llama. Te invita. Te dice: “Ya no estás en venta. Pero tienes que salir.”

Porque quedarse en Babilonia, aunque redimido, es como seguir viviendo en una cárcel con la puerta abierta. La libertad está hecha. La redención está pagada. Pero la salida… esa es tuya.

Así que, ¿qué harás tú? ¿Seguirás en el mercado? ¿O responderás al llamado y caminarás hacia la libertad que no se compra, porque ya fue ganada?

Este no es solo un mensaje. Es una invitación divina. Y el cielo espera tu respuesta.

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