PASTOREAR HOY
🕊️ La gaviota que no quería volar
En un acantilado bañado por los
vientos del amanecer, nació una pequeña gaviota, blanca como la espuma y
temblorosa como la brisa. Sus hermanos, apenas salieron del cascarón, miraron
al horizonte con ojos llenos de cielo. Uno a uno, saltaron del nido, cayeron en
picada y, torpes al principio, aprendieron a volar guiados por el viento y el
ejemplo.
Pero ella no. La pequeña gaviota se
acurrucaba en el nido cada vez que sentía el zumbido del aire. Miraba el abismo
con ojos grandes y el mar con sospecha. Tenía alas,
pero no confianza. Y cuanto más tiempo pasaba, más le pesaban las plumas
de su temor.
Los padres le traían peces, le
hablaban con ternura, le mostraban el arte del vuelo con danzas sobre las olas.
Pero nada bastaba. La pequeña gaviota seguía en la cornisa, convencida de que
no estaba lista, o peor aún, de que tal vez volar no era para ella.
Una noche, la tormenta trajo frío y
silencio. El hambre despertó en su estómago como un lamento antiguo. Fue
entonces cuando su madre se posó a su lado con un pez fresco entre el pico... y
sin decir nada, lo dejó caer. Al intentar alcanzarlo, la madre la empujó con
firmeza —no con violencia, sino con confianza— y el nido desapareció debajo de
sus garras.
La gaviota
cayó. Y cayó.
El viento rugía como un río
invisible. El mar parecía acercarse a una velocidad aterradora. El miedo era
absoluto… hasta que, en un impulso que no supo de dónde salió, abrió las alas. El aire la sostuvo como si la
hubiera estado esperando. Ya no caía: volaba.
Volaba.
Y en el vuelo, descubrió que aquello que tanto temía era lo que más
anhelaba. Tocó el agua poco después, y volvió a asustarse… pero su
cuerpo no se hundió. Flotaba. Aprendió a vivir entre el cielo y el mar, como
las gaviotas que antes solo observaba.
Muchos como
Pedro creen que el liderazgo los exime del vuelo torpe. Se aferran al “nido” de
sus títulos, de sus rutinas, de sus certezas teológicas. No quieren soltar el
borde del acantilado porque temen no saber volar fuera del marco que conocen.
Pero el
discipulado verdadero veces el Maestro nos lanza al vacío no para castigarnos,
sino para mostrarnos que sí no empieza en el púlpito,
sino en la caída inesperada que se convierte en vuelo. A podemos volar. Que el
pastoreo empieza cuando aprendemos a flotar en las aguas del fracaso y
descubrir que Él nos sostiene.
Jesús no
levantó a Pedro para hacerlo el más alto. Lo levantó para mostrarle que ser
útil no depende de no caer, sino de dejarse levantar, seguir, y cuidar a otros
con alas aún mojadas.
📖 Introducción: Pastorear hoy — más que un ministerio, un
acto de amor vulnerable
En tiempos en los que los títulos
pesan más que las rodillas dobladas y el púlpito parece estar más alto que la
toalla del siervo, las palabras de Jesús resuenan como un golpe de gracia: “¿Me amas?... Pastorea mis ovejas” (Juan 21:16).
No fue un llamado a la visibilidad,
ni una orden de liderazgo institucional. Fue un acto de redención íntima. Un
encargo dirigido a un hombre que recién salía del abismo de su negación. A
Pedro —aquel que habló primero y entendió después—, Jesús no lo sienta en un
trono, sino que lo envía a cuidar. Y no a cualquiera: a las suyas, a las ovejas
del Buen Pastor. Pastorear
no es ocupar un cargo, sino abrazar un quebranto; no es ejercer control, sino
sostener con ternura lo que el Pastor Supremo ha confiado.
Y este llamado no fue público, sino
pastoral en el sentido más profundo: una tarea entregada en la arena movediza de la
fragilidad, no en la seguridad de un decreto eclesial. Por eso, sorprende que el evangelista Juan
—testigo de esas palabras— nunca sugiera que Pedro fuera su pastor. Él escuchó
el encargo, pero no lo convirtió en una jerarquía. Porque entendió que seguir a
Cristo es más importante que liderar a otros... y mucho más difícil cuando no
se comprende por completo lo que Él está haciendo.
🕊️ Humildad
doctrinal: el discipulado no reconoce rangos
Uno de los peligros más invisibles
para quienes lideramos es la tentación de construir
murallas denominacionales que terminan aislando el alma del alimento que Dios
quiere enviarle. A veces, sin darnos cuenta, confiamos
más en los límites de nuestra estructura que en la libertad del Espíritu,
como si el título pastoral viniera con una cláusula de inmunidad para ser
enseñado.
Pero la Escritura es clara: “El
que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Corintios 10:12), y también: “Someteos
los unos a los otros en el temor de Dios” (Efesios 5:21). Si el apóstol
Pedro aceptó ser reprendido por Pablo públicamente (Gálatas 2:11-14), ¿cómo
podríamos nosotros cerrar los oídos a una exhortación por causa del “rango” o
la procedencia de quien habla?
El verdadero pastor no teme
aprender, porque sabe que su autoridad no se
fortalece ocultando sus límites, sino reconociendo que también él necesita ser
pastoreado. Cuando alguien fuera de mi círculo me aporta luz, corrección
o claridad, no está desafiando mi posición, sino
colaborando con mi maduración.
La Biblia no dice “examinadlo todo,
excepto si lo dice otro grupo denominacional.” Dice: “Examinadlo todo;
retened lo bueno” (1 Tes. 5:21). El problema no es quién habla, sino si lo
que dice es verdad.
Al final,
la medida del ministerio no es cuánto enseñamos, sino cuánto seguimos
permitiendo que Cristo nos enseñe a través de quien Él quiera —sea un
niño, un laico, o alguien que no lleva mi logo en el pecho.
“Todos conocemos pastores
que, como la pequeña gaviota, prefieren el nido de sus títulos al viento del
aprendizaje. No por maldad, sino por miedo. Pero a veces, solo el hambre y el
amor firme de Dios nos enseñan lo que la comodidad nunca nos permitirá: que
fuimos hechos para volar.”
Hoy, más que nunca, necesitamos
repensar qué significa ser pastor. No desde el modelo de poder y control, sino
desde la restauración, el quebranto y la llamada constante de Jesús: “Sígueme
tú.”
Juan 21:16 Volvió a decirle la segunda vez:
Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te
amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas.
No me
parece que Juan el apóstol considere a Pedro como su pastor, Aunque él oyó
estas palabras de Jesús, explico por qué.
El
llamado de Jesús a Pedro en Juan 21:16 no parece establecer un “pastoreado institucional” permanente, sino una misión pastoral contextual y restauradora. Vamos a desglosarlo con cuidado:
🐑 1. ¿Qué
significa “Pastorea mis ovejas”?
El verbo griego usado aquí es ποιμαίνω (poimaínō), que implica cuidar, guiar, proteger y alimentar. No es solo
“dar comida espiritual”, sino asumir
responsabilidad por el bienestar del rebaño, especialmente en tiempos de
vulnerabilidad.
Este encargo viene justo después de
la triple negación de Pedro. Jesús no solo lo restaura, sino que le confía una tarea concreta: cuidar de los suyos. Es
un acto de gracia, no de jerarquía.
🧭 2. ¿Es un
llamado pastoral permanente o situacional?
Tu intuición es muy válida: el
contexto sugiere que Jesús no está instituyendo un
cargo eclesiástico vitalicio, sino encomendando
a Pedro una función pastoral en un momento crítico:
- Los discípulos están desorientados tras la
resurrección.
- Pedro ha fallado y necesita ser restaurado.
- La comunidad necesita liderazgo, pero no
imposición.
Jesús no dice “serás el pastor de
todos”, sino “pastorea mis ovejas” en respuesta a su amor. Es una comisión basada en relación, no en rango.
🧠 3. ¿Considera
Juan a Pedro como su pastor?
No hay evidencia en el Evangelio de
Juan de que el autor se someta a Pedro como su líder espiritual. De hecho:
- En Juan 13,
Pedro no entiende el lavamiento de pies.
Juan 13:6–8 > “Entonces vino a Simón Pedro;
y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies? Respondió Jesús y le dijo: Lo
que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después. Pedro le
dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te lavare, no
tendrás parte conmigo.”
Aquí
muestra orgullo, incomodidad y falta de comprensión espiritual. Este Pedro
todavía no entiende que el liderazgo en
el Reino de Dios es servir desde abajo, no mandar desde arriba.
Jesús
le responde con firmeza: “Si no te lavare, no tendrás
parte conmigo.” Es un Pedro que debe aprender a dejarse amar, antes
de pretender amar por su cuenta.
🪞 Cuando ser pastor no impide ser discípulo: el riesgo de creer que ya no
necesitamos aprender
No hay
obstáculo más sutil y peligroso para el alma que la
ilusión de que ya hemos llegado, especialmente cuando servimos desde una
posición visible. Pedro, el discípulo fogoso, el impulsivo, el líder entre
líderes, tuvo que aprender que el seguimiento no se
cancela con el liderazgo. Que ser escogido no es lo mismo que haber
madurado.
En Juan 13,
Pedro le dice a Jesús: “Jamás me lavarás los pies”. ¿Por qué? Porque todavía
creía que el verdadero líder no se deja servir, que el maestro no necesita
ejemplo. Y sin embargo, era Jesús —el Maestro— quien se arrodillaba ante él.
Pedro se resistía a ser enseñado por el ejemplo del amor humilde.
Este mismo
Pedro, más tarde, sería comisionado a pastorear. Pero antes tuvo que aprender
lo más difícil: dejase pastorear primero por Aquel
que no venía con bastón, sino con toalla.
Muchos hoy,
como él, llevan años en el ministerio sin permitirse ser corregidos. Porque creen que el servicio los exime del discipulado.
Porque piensan que el ejemplo que deben dar no incluye el acto de aprender.
Pero en el
Reino, los que enseñan deben ser los primeros en
dejarse enseñar. Los que lideran, los primeros en reconocer que también
tienen los pies sucios. Y solo quien ha aceptado la gracia en el suelo del
lavatorio puede luego cuidar con humildad de otros.
“LAS ALAS CRECEN EN LA CAIDA”
- En Juan 20,
es el “otro discípulo” (tradicionalmente Juan) quien llega primero al
sepulcro y cree antes que Pedro.
Juan 20:4–8 > “Corrían los dos juntos; pero
el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Y
bajándose a mirar, vio los lienzos puestos allí, pero no entró. Luego llegó
Simón Pedro tras él, y entró en el sepulcro, y vio los lienzos puestos allí, y
el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los
lienzos, sino enrollado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro
discípulo, que había venido primero al sepulcro; y vio, y creyó.”
Pedro
entra y observa, pero no se dice que crea. El otro discípulo, al entrar, “vio y creyó”.
Pedro
es el primero en actuar, pero no
necesariamente el primero en comprender. Su viaje hacia la fe madura pasa por la
experiencia de sus límites. En este momento, todavía camina más con el cuerpo que con
el corazón.
- En Juan 21:20-22,
cuando Pedro pregunta por el destino del “discípulo amado”, Jesús le
responde: “¿Qué a ti? Sígueme tú.”
Juan 21:20–22 > “Volviéndose Pedro, vio que
les seguía el discípulo a quien amaba Jesús, el mismo que en la cena se había
recostado al lado de él, y le había dicho: Señor, ¿quién es el que te ha de
entregar? Cuando Pedro le vio, dijo a Jesús: Señor, ¿y qué de este? Jesús le
dijo: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? Sígueme tú.”
Pedro
se distrae preguntando por el destino del otro discípulo. Jesús le responde: “¿Qué a ti? Sígueme tú.”
Es un
golpe de gracia. Pedro ha sido perdonado, comisionado… y ahora, redireccionado. Jesús le recuerda que el seguimiento no se trata de
comparaciones, celos ni escalafones, sino de relación personal y fidelidad individual.
Esto sugiere que Juan ve a Pedro como restaurado y útil,
pero no como su superior espiritual.
Jesús no está creando una jerarquía
clerical en Juan 21:16, sino restaurando a un discípulo quebrantado y
confiándole una misión de cuidado. El
pastoreo aquí es vocacional, no
institucional; relacional, no
jerárquico.
🧠 Conclusión: El arco de transformación
- En Juan 13,
Pedro se resiste a ser servido.
- En Juan 20, Pedro actúa rápido pero no capta el todo.
- En Juan 21,
Pedro es restaurado, reorientado y llamado a madurar.
Lo hermoso es que Jesús nunca lo rechaza por su torpeza, sino que lo
forma a través de ella. Pedro no es elegido por ser perfecto, sino porque es moldeable, apasionado, y capaz de crecer. Y al
final, será un pastor no por ambición, sino por experiencia vivida.
En el Evangelio de Juan
—particularmente en los capítulos que exploramos— Jesús no entroniza a Pedro como
una figura suprema institucional (tipo “Papa” en términos posteriores). Lo que vemos es algo mucho
más íntimo y relacional: un llamado a amar, cuidar y seguir, no a mandar,
controlar o elevarse sobre los demás.
Jesús restaura a Pedro no con una corona, sino con una
comisión: “apacienta mis ovejas”. Y lo hace justo después de
mostrar lo que significa liderar: arrodillarse y lavar pies. La autoridad en el
Reino no se entrega como poder, sino como encargo de servicio humilde.
Todo esto lo podemos decir de
muchos pastores de hoy y es profundamente cierto también. Como Pedro:
·
A
veces se resisten a ser
servidos (por puro orgullo),
porque les parece más seguro dar que recibir.
·
A
veces no captan el “todo”
espiritual de lo que están viviendo, porque aún están en
proceso.
·
Y
muchas veces les cuesta ser
orientados, porque el liderazgo mal entendido bloquea la
corrección fraterna.
Pero la gracia de Jesús no
cambia: sigue diciendo “sígueme tú”, con paciencia, con propósito, con amor.
Esa reprensión de Jesús a Pedro en Juan 21:22 —"Si quiero que él quede hasta que yo
venga, ¿qué a ti? Sígueme tú."— tiene un poder inmenso, no solo
como corrección directa, sino como fundamento
espiritual para la humildad del liderazgo y el discipulado auténtico.
Aquí tienes una reflexión basada en esa frase, pensada como un mensaje
especialmente útil para pastores, líderes o cualquier creyente que ha sentido
la tentación de mirar más al costado que al Maestro:
🐟 ¿Qué a ti? El llamado pastoral del que aprende a no
compararse
Pedro, recién restaurado por Jesús,
acaba de recibir el encargo de pastorear las ovejas. Y sin embargo, lo primero
que hace es desviar la atención: “¿Y este
otro, qué?”—refiriéndose al discípulo amado. Jesús lo detiene con una frase que
encierra fuego y ternura: “¿Qué a ti?”
Esta no es una reprensión dura,
sino una corrección dulce, como si dijera:
✦ “No te distraigas con el camino de otros.”
✦ “No midas tu fidelidad en relación con la de otro discípulo.”
✦ “No confundas tu llamado con el de tu hermano.”
Y al final, la brújula se centra: “Sígueme tú.”
🧭 Lecciones para el líder:
1. No eres el referente, ni el protagonista. El llamado a pastorear no te pone en el centro, sino detrás del Pastor
Eterno. Compararse con otros, incluso con discípulos más cercanos, es perder de
vista a Jesús.
2. No hace falta entender los caminos de los demás. “Si quiero que él quede…”: hay misterios en el trato de Dios con cada uno.
Lo que a ti te llama a morir, a otro le llamará a esperar. El pastor verdadero confía más que calcula.
3.
Sígueme tú —
el seguimiento es personal. Jesús no llama
a Pedro a entender la estrategia divina, ni a liderar sobre otros. Solo a
seguirlo. Esa es la definición más limpia de autoridad espiritual: ser el que va tras las huellas del Maestro.
✨ Aplicación actual
Muchos pastores modernos se ven
tentados a vivir pendientes de “los otros discípulos”: sus ministerios,
números, resultados, visibilidad, estilo. Y en ese espejismo, se pierde la voz del que dice: “¿Qué a ti? Sígueme tú.”
La Iglesia no necesita pastores con
autoridad prestada por comparación, sino con credibilidad nacida del
seguimiento constante, incluso cuando no entienden el plan completo.
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