martes, 24 de junio de 2025

PASTOREAR HOY

 

PASTOREAR HOY



🕊️ La gaviota que no quería volar

En un acantilado bañado por los vientos del amanecer, nació una pequeña gaviota, blanca como la espuma y temblorosa como la brisa. Sus hermanos, apenas salieron del cascarón, miraron al horizonte con ojos llenos de cielo. Uno a uno, saltaron del nido, cayeron en picada y, torpes al principio, aprendieron a volar guiados por el viento y el ejemplo.

Pero ella no. La pequeña gaviota se acurrucaba en el nido cada vez que sentía el zumbido del aire. Miraba el abismo con ojos grandes y el mar con sospecha. Tenía alas, pero no confianza. Y cuanto más tiempo pasaba, más le pesaban las plumas de su temor.

Los padres le traían peces, le hablaban con ternura, le mostraban el arte del vuelo con danzas sobre las olas. Pero nada bastaba. La pequeña gaviota seguía en la cornisa, convencida de que no estaba lista, o peor aún, de que tal vez volar no era para ella.

Una noche, la tormenta trajo frío y silencio. El hambre despertó en su estómago como un lamento antiguo. Fue entonces cuando su madre se posó a su lado con un pez fresco entre el pico... y sin decir nada, lo dejó caer. Al intentar alcanzarlo, la madre la empujó con firmeza —no con violencia, sino con confianza— y el nido desapareció debajo de sus garras.

La gaviota cayó. Y cayó.

El viento rugía como un río invisible. El mar parecía acercarse a una velocidad aterradora. El miedo era absoluto… hasta que, en un impulso que no supo de dónde salió, abrió las alas. El aire la sostuvo como si la hubiera estado esperando. Ya no caía: volaba.

Volaba.

Y en el vuelo, descubrió que aquello que tanto temía era lo que más anhelaba. Tocó el agua poco después, y volvió a asustarse… pero su cuerpo no se hundió. Flotaba. Aprendió a vivir entre el cielo y el mar, como las gaviotas que antes solo observaba.

Muchos como Pedro creen que el liderazgo los exime del vuelo torpe. Se aferran al “nido” de sus títulos, de sus rutinas, de sus certezas teológicas. No quieren soltar el borde del acantilado porque temen no saber volar fuera del marco que conocen.

Pero el discipulado verdadero veces el Maestro nos lanza al vacío no para castigarnos, sino para mostrarnos que no empieza en el púlpito, sino en la caída inesperada que se convierte en vuelo. A podemos volar. Que el pastoreo empieza cuando aprendemos a flotar en las aguas del fracaso y descubrir que Él nos sostiene.

Jesús no levantó a Pedro para hacerlo el más alto. Lo levantó para mostrarle que ser útil no depende de no caer, sino de dejarse levantar, seguir, y cuidar a otros con alas aún mojadas.

 

📖 Introducción: Pastorear hoy — más que un ministerio, un acto de amor vulnerable

En tiempos en los que los títulos pesan más que las rodillas dobladas y el púlpito parece estar más alto que la toalla del siervo, las palabras de Jesús resuenan como un golpe de gracia: “¿Me amas?... Pastorea mis ovejas” (Juan 21:16).

No fue un llamado a la visibilidad, ni una orden de liderazgo institucional. Fue un acto de redención íntima. Un encargo dirigido a un hombre que recién salía del abismo de su negación. A Pedro —aquel que habló primero y entendió después—, Jesús no lo sienta en un trono, sino que lo envía a cuidar. Y no a cualquiera: a las suyas, a las ovejas del Buen Pastor. Pastorear no es ocupar un cargo, sino abrazar un quebranto; no es ejercer control, sino sostener con ternura lo que el Pastor Supremo ha confiado.

Y este llamado no fue público, sino pastoral en el sentido más profundo: una tarea entregada en la arena movediza de la fragilidad, no en la seguridad de un decreto eclesial. Por eso, sorprende que el evangelista Juan —testigo de esas palabras— nunca sugiera que Pedro fuera su pastor. Él escuchó el encargo, pero no lo convirtió en una jerarquía. Porque entendió que seguir a Cristo es más importante que liderar a otros... y mucho más difícil cuando no se comprende por completo lo que Él está haciendo.

🕊️ Humildad doctrinal: el discipulado no reconoce rangos

Uno de los peligros más invisibles para quienes lideramos es la tentación de construir murallas denominacionales que terminan aislando el alma del alimento que Dios quiere enviarle. A veces, sin darnos cuenta, confiamos más en los límites de nuestra estructura que en la libertad del Espíritu, como si el título pastoral viniera con una cláusula de inmunidad para ser enseñado.

Pero la Escritura es clara: “El que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Corintios 10:12), y también: “Someteos los unos a los otros en el temor de Dios” (Efesios 5:21). Si el apóstol Pedro aceptó ser reprendido por Pablo públicamente (Gálatas 2:11-14), ¿cómo podríamos nosotros cerrar los oídos a una exhortación por causa del “rango” o la procedencia de quien habla?

El verdadero pastor no teme aprender, porque sabe que su autoridad no se fortalece ocultando sus límites, sino reconociendo que también él necesita ser pastoreado. Cuando alguien fuera de mi círculo me aporta luz, corrección o claridad, no está desafiando mi posición, sino colaborando con mi maduración.

La Biblia no dice “examinadlo todo, excepto si lo dice otro grupo denominacional.” Dice: “Examinadlo todo; retened lo bueno” (1 Tes. 5:21). El problema no es quién habla, sino si lo que dice es verdad.

Al final, la medida del ministerio no es cuánto enseñamos, sino cuánto seguimos permitiendo que Cristo nos enseñe a través de quien Él quiera —sea un niño, un laico, o alguien que no lleva mi logo en el pecho.

“Todos conocemos pastores que, como la pequeña gaviota, prefieren el nido de sus títulos al viento del aprendizaje. No por maldad, sino por miedo. Pero a veces, solo el hambre y el amor firme de Dios nos enseñan lo que la comodidad nunca nos permitirá: que fuimos hechos para volar.”

Hoy, más que nunca, necesitamos repensar qué significa ser pastor. No desde el modelo de poder y control, sino desde la restauración, el quebranto y la llamada constante de Jesús: “Sígueme tú.”

Juan 21:16 Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas.

 

No me parece que Juan el apóstol considere a Pedro como su pastor, Aunque él oyó estas palabras de Jesús, explico por qué.

El llamado de Jesús a Pedro en Juan 21:16 no parece establecer un “pastoreado institucional” permanente, sino una misión pastoral contextual y restauradora. Vamos a desglosarlo con cuidado:

🐑 1. ¿Qué significa “Pastorea mis ovejas”?

El verbo griego usado aquí es ποιμαίνω (poimaínō), que implica cuidar, guiar, proteger y alimentar. No es solo “dar comida espiritual”, sino asumir responsabilidad por el bienestar del rebaño, especialmente en tiempos de vulnerabilidad.

Este encargo viene justo después de la triple negación de Pedro. Jesús no solo lo restaura, sino que le confía una tarea concreta: cuidar de los suyos. Es un acto de gracia, no de jerarquía.

🧭 2. ¿Es un llamado pastoral permanente o situacional?

Tu intuición es muy válida: el contexto sugiere que Jesús no está instituyendo un cargo eclesiástico vitalicio, sino encomendando a Pedro una función pastoral en un momento crítico:

  • Los discípulos están desorientados tras la resurrección.
  • Pedro ha fallado y necesita ser restaurado.
  • La comunidad necesita liderazgo, pero no imposición.

Jesús no dice “serás el pastor de todos”, sino “pastorea mis ovejas” en respuesta a su amor. Es una comisión basada en relación, no en rango.

🧠 3. ¿Considera Juan a Pedro como su pastor?

No hay evidencia en el Evangelio de Juan de que el autor se someta a Pedro como su líder espiritual. De hecho:

  • En Juan 13, Pedro no entiende el lavamiento de pies.

Juan 13:6–8 > “Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies? Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después. Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo.”

Aquí muestra orgullo, incomodidad y falta de comprensión espiritual. Este Pedro todavía no entiende que el liderazgo en el Reino de Dios es servir desde abajo, no mandar desde arriba.

Jesús le responde con firmeza: “Si no te lavare, no tendrás parte conmigo.” Es un Pedro que debe aprender a dejarse amar, antes de pretender amar por su cuenta.

🪞 Cuando ser pastor no impide ser discípulo: el riesgo de creer que ya no necesitamos aprender

No hay obstáculo más sutil y peligroso para el alma que la ilusión de que ya hemos llegado, especialmente cuando servimos desde una posición visible. Pedro, el discípulo fogoso, el impulsivo, el líder entre líderes, tuvo que aprender que el seguimiento no se cancela con el liderazgo. Que ser escogido no es lo mismo que haber madurado.

En Juan 13, Pedro le dice a Jesús: “Jamás me lavarás los pies”. ¿Por qué? Porque todavía creía que el verdadero líder no se deja servir, que el maestro no necesita ejemplo. Y sin embargo, era Jesús —el Maestro— quien se arrodillaba ante él. Pedro se resistía a ser enseñado por el ejemplo del amor humilde.

Este mismo Pedro, más tarde, sería comisionado a pastorear. Pero antes tuvo que aprender lo más difícil: dejase pastorear primero por Aquel que no venía con bastón, sino con toalla.

Muchos hoy, como él, llevan años en el ministerio sin permitirse ser corregidos. Porque creen que el servicio los exime del discipulado. Porque piensan que el ejemplo que deben dar no incluye el acto de aprender.

Pero en el Reino, los que enseñan deben ser los primeros en dejarse enseñar. Los que lideran, los primeros en reconocer que también tienen los pies sucios. Y solo quien ha aceptado la gracia en el suelo del lavatorio puede luego cuidar con humildad de otros.

 

  • En Juan 20, es el “otro discípulo” (tradicionalmente Juan) quien llega primero al sepulcro y cree antes que Pedro.

Juan 20:4–8 > “Corrían los dos juntos; pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Y bajándose a mirar, vio los lienzos puestos allí, pero no entró. Luego llegó Simón Pedro tras él, y entró en el sepulcro, y vio los lienzos puestos allí, y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, que había venido primero al sepulcro; y vio, y creyó.”

Pedro entra y observa, pero no se dice que crea. El otro discípulo, al entrar, “vio y creyó”.

Pedro es el primero en actuar, pero no necesariamente el primero en comprender. Su viaje hacia la fe madura pasa por la experiencia de sus límites. En este momento, todavía camina más con el cuerpo que con el corazón.

 

  • En Juan 21:20-22, cuando Pedro pregunta por el destino del “discípulo amado”, Jesús le responde: “¿Qué a ti? Sígueme tú.”

Juan 21:20–22 > “Volviéndose Pedro, vio que les seguía el discípulo a quien amaba Jesús, el mismo que en la cena se había recostado al lado de él, y le había dicho: Señor, ¿quién es el que te ha de entregar? Cuando Pedro le vio, dijo a Jesús: Señor, ¿y qué de este? Jesús le dijo: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? Sígueme tú.”

Pedro se distrae preguntando por el destino del otro discípulo. Jesús le responde: “¿Qué a ti? Sígueme tú.”

Es un golpe de gracia. Pedro ha sido perdonado, comisionado… y ahora, redireccionado. Jesús le recuerda que el seguimiento no se trata de comparaciones, celos ni escalafones, sino de relación personal y fidelidad individual.

 

Esto sugiere que Juan ve a Pedro como restaurado y útil, pero no como su superior espiritual.

Jesús no está creando una jerarquía clerical en Juan 21:16, sino restaurando a un discípulo quebrantado y confiándole una misión de cuidado. El pastoreo aquí es vocacional, no institucional; relacional, no jerárquico.

🧠 Conclusión: El arco de transformación

  • En Juan 13, Pedro se resiste a ser servido.
  • En Juan 20, Pedro actúa rápido pero no capta el todo.
  • En Juan 21, Pedro es restaurado, reorientado y llamado a madurar.

Lo hermoso es que Jesús nunca lo rechaza por su torpeza, sino que lo forma a través de ella. Pedro no es elegido por ser perfecto, sino porque es moldeable, apasionado, y capaz de crecer. Y al final, será un pastor no por ambición, sino por experiencia vivida.

En el Evangelio de Juan —particularmente en los capítulos que exploramos— Jesús no entroniza a Pedro como una figura suprema institucional (tipo “Papa” en términos posteriores). Lo que vemos es algo mucho más íntimo y relacional: un llamado a amar, cuidar y seguir, no a mandar, controlar o elevarse sobre los demás.

Jesús restaura a Pedro no con una corona, sino con una comisión: “apacienta mis ovejas”. Y lo hace justo después de mostrar lo que significa liderar: arrodillarse y lavar pies. La autoridad en el Reino no se entrega como poder, sino como encargo de servicio humilde.

Todo esto lo podemos decir de muchos pastores de hoy y es profundamente cierto también. Como Pedro:

·         A veces se resisten a ser servidos (por puro orgullo), porque les parece más seguro dar que recibir.

·         A veces no captan el “todo” espiritual de lo que están viviendo, porque aún están en proceso.

·         Y muchas veces les cuesta ser orientados, porque el liderazgo mal entendido bloquea la corrección fraterna.

Pero la gracia de Jesús no cambia: sigue diciendo “sígueme tú”, con paciencia, con propósito, con amor.

Esa reprensión de Jesús a Pedro en Juan 21:22 —"Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? Sígueme tú."— tiene un poder inmenso, no solo como corrección directa, sino como fundamento espiritual para la humildad del liderazgo y el discipulado auténtico. Aquí tienes una reflexión basada en esa frase, pensada como un mensaje especialmente útil para pastores, líderes o cualquier creyente que ha sentido la tentación de mirar más al costado que al Maestro:

🐟 ¿Qué a ti? El llamado pastoral del que aprende a no compararse

Pedro, recién restaurado por Jesús, acaba de recibir el encargo de pastorear las ovejas. Y sin embargo, lo primero que hace es desviar la atención: “¿Y este otro, qué?”—refiriéndose al discípulo amado. Jesús lo detiene con una frase que encierra fuego y ternura: “¿Qué a ti?”

Esta no es una reprensión dura, sino una corrección dulce, como si dijera:

“No te distraigas con el camino de otros.”

“No midas tu fidelidad en relación con la de otro discípulo.”

“No confundas tu llamado con el de tu hermano.”

Y al final, la brújula se centra: “Sígueme tú.”

🧭 Lecciones para el líder:

1.    No eres el referente, ni el protagonista. El llamado a pastorear no te pone en el centro, sino detrás del Pastor Eterno. Compararse con otros, incluso con discípulos más cercanos, es perder de vista a Jesús.

2.    No hace falta entender los caminos de los demás. “Si quiero que él quede…”: hay misterios en el trato de Dios con cada uno. Lo que a ti te llama a morir, a otro le llamará a esperar. El pastor verdadero confía más que calcula.

3.    Sígueme tú — el seguimiento es personal. Jesús no llama a Pedro a entender la estrategia divina, ni a liderar sobre otros. Solo a seguirlo. Esa es la definición más limpia de autoridad espiritual: ser el que va tras las huellas del Maestro.

Aplicación actual

Muchos pastores modernos se ven tentados a vivir pendientes de “los otros discípulos”: sus ministerios, números, resultados, visibilidad, estilo. Y en ese espejismo, se pierde la voz del que dice: “¿Qué a ti? Sígueme tú.”

La Iglesia no necesita pastores con autoridad prestada por comparación, sino con credibilidad nacida del seguimiento constante, incluso cuando no entienden el plan completo.


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